Hasta donde llega mi memoria, tampoco excesivamente buena por otro lado, no recuerdo haber vivido en Madrid tantos días de lluvia seguidos, tantas borrascas una detrás de otra. La conversión a gris de la capital, la irlandización de la ciudad. Olvidamos el calor de sol. Los recuerdos me llevaban a un aciago verano de 2007 en un Londres oscuro sin que los rayos de sol consiguieran romper el denso manto de nubes. Minusvaloramos el efecto del sol en nuestro estado de ánimo pero cuando el paso de días apagados comenzaron a pesar en la moral había un pensamiento que me alegraba el alma: “llueve, sí, pero en la sierra está nevando”.
El plan ideal siempre es ir mirando el tiempo y poder acercarse a sentirse un yeti inmediatamente cuando el tiempo de un respiro, antes de que el sol creciente en fuerza de finales de marzo, la liquide sin miramientos. El proceso de calvicie de las nevadas es relativamente rápido, especialmente para las hojas de los pinos que hacen un esfuerzo hercúleo en no sucumbir al frío peso de las nevadas.
Apresurarse a llegar a la Sierra de Guadarrama cuando amaina el temporal, tiene un poco de ciencia y mucho de suerte. Por un lado se corre el riesgo de que el mal tiempo siga, las temperaturas suban ligeramente y las precipitaciones se sucedan en forma de lluvia en lugar de copos, arrasando con el paisaje de cuento. Por otro lado, si las condiciones son buenas pero se espera un poco la nieve aguanta pero las huellas de los excursionistas se convierten en la especie invasora en el vergel níveo.
Con estos ingredientes en la poción y el pronóstico del tiempo en la otra, opté por madrugar y acercarme en el primer autobús al puerto de Navacerrada, con la idea de atravesar la zona occidental y volver luego desde Cercedilla. Sin embargo el día prístino y limpio que se predecía se cumplió salvo precisamente en lo alto de Guadarrama que seguía asolado por las nubes bajas. Desde luego no era suficiente para ensombrecer mi ánimo hobbit. Me apetecía atravesar 7 picos quizás por que es una de las rutas que más me gusta de la Sierra aunque fuera más parecido al paso de Caradhras.
El plan era llegar a 7 picos, completarlos y bajar hasta el puerto de la Fuenfría. Comencé a caminar entre árboles nevados y niebla sintiendo el gustoso crujir de la nieve bajo mis pies. El crujir y el hundimiento porque no en pocas ocasiones se me adentró en pie hasta la rodilla y más allá. Un cálculo rápido y nada fiable por mi parte diría que habría zonas con alrededor de un metro de nieve de grosor pero a pesar de todo se podía caminar sin demasiado drama, aunque eso si, siempre con la mirada puesta en el GPS ante la falta de vision y referencias.
La falta de visión profunda la compensaba el precioso manto blanco que cubría todo donde yo me sentía culpable de profanar semejante belleza con mis huellas. Paisajes minimalistas donde poco a poco aparecían gigantes helados de Niflheim, esqueletos de árboles poseídos por la tormenta. Nieve congelada, moldeada por semanas de de frío y viento. Una absoluta belleza.
Alcance las dos primeras cumbres de los 7 picos, pero la niebla era cada vez más cerrada y caminar se hacía imposible por la cantidad de nieve que había. Sentía que avanzar más era un riesgo gratuito e innecesario que no me iba a traer más alegrías, así que haciendo un poco caso a la parte cuerda de mi mente me planteé dos opciones o volver tras mi pasos o atrochar monte abajo hasta encontrarme con el camino Schmidt, la autopista de la zona Occidental.
Descender a troche con esta cantidad de nieve es lo más parecido a caminar en una nube que me pueda imaginar. La nieve te acaba rodeando hasta casi la cintura mientras las piernas rompen sin esfuerzo la nieve en polvo. Una auténtica delicia indescriptible que me dejó exhausto pero feliz. No hay diversión comparable a esto.
Una vez alcancé el Camino Schmidt seguí hasta el puerto de la Fuenfría, entre sus pinares, en un paisaje que sigue resultando maravilloso pero que ya resultaba mucho menos impresionante que las cumbres. Alcance Fuenfría y me reencontré con el sol, ajeno las nubes que seguían por las cumbres. Podría haber optado por descender directamente hasta Cercedilla, pero el cuerpo me pedia más… así que decidí añadir a la ruta la subida hasta la peña del Águila, que resulto mucho más sufrida de lo que imaginaba, porque ahí la nieve estaba mucho peor y caminar era complicado y agotador.
De cualquier manera conseguí alcanzarla antes de darme a la laaaaarga bajada hasta Cercedilla. En total unos 20 km de puro goce efímero a la espera de próximas nevadas. Estaremos atentos a la rocambolesca combinación de elementos que de vez en cuando nos permite semejante deleite.