Muchos años después, frente a una pila de discos duros, Ignacio Izquierdo habría de recordar el día en que David De la Iglesia le llevó a fotografiar bosques entre la niebla. Siendo honestos, lo de la niebla fue totalmente inesperado pero alegró el corazón del guía cuando condujo los últimos metros por las carreteras del puerto de Opakua.
Allí, adentrados en las profundidades de Álava, en el corazón salvaje de la Sierra de Entzia, una espesa niebla lo cubría todo. La vegetación, los troncos, las ramas y las hojas, surgían como formas difuminadas, fantasmagóricas. Buscábamos rastros de un Otoño que, en pleno ocaso, ya había visto sus mejores días y donde las últimas hojas, secas, momificadas en ocres, aún se resistían a dejar las alturas, y se dejaban mecer por el suave viento mientras aún les quedará un ápice de fuerzas.
Era una visión especial, llena de encanto. Quienes hayan caminado alguna vez en mitad de una niebla espesa ya estarán familiarizados con esa sensación de que el mundo se va creando para ti a cada paso, que no hay sino nada mas allá de esos pocos metros que la vista puede atravesar.
Caminamos sin rumbo, abandonándonos a las rutas de caminos imaginarios de las formas que iban apareciendo delante de nosotros. Nos perdimos sin que nos importara mucho. Buscábamos formas, el minimalismo de árboles extraídos de la profundidad nemorosa con la cirugía precisa de la calígine.
Solo cuando los soplos del viento aireaban la niebla se rompía ligeramente el hechizo, dejando que la vista avanzara, aliviada, muchos metros más allá. Claudicamos a la desorientación y seguimos las pistas del GPS, para encontrarnos sin previo aviso con la caprichosas formas kársticas de el Laberinto de Arno.
Que estas formaciones rocosas, presas del musgo y las hojas secas surgieran de entra la niebla fue emocionante, sobrecogedor. Habríamos encontrado el portal, la puerta de acceso al mundo mágico a través del arco de piedra de Zalamportillo. Ante nosotros siglos de trabajo, en los que el agua ha ido tallando con cinceles de arroyos, ríos y torrentes, perfeccionando día a día sus facetas y aristas.
Perdimos también la noción del tiempo. Nos olvidamos de comer. De beber. Nos impregnamos de boira, hasta que nos alcanzó el agotamiento entonces si, comenzamos el regreso al coche, con la tarjeta llena de duendes, de hadas y de cuentos inconclusos que aún están por escribirse.
De nuevo, mil gracias a David, por ser tan excelente anfitrión y guía. Obviamente, nosotros íbamos a perdernos y hacer fotos… pero se pueden hacer muchísimas otras cosas por la Sierra de Entzia, entre ella decenas de trekkings que te permiten llegar a sitios como el Laberinto de Katarri, las campas de Legaire, el robledal de Munain o las cascadas de Andoin o Igoroin, entre otros. Una zona que merece la pena explorar.