¿Hablamos de cuentos? ¿Hablamos de brujas y hadas? Hablemos de cuentos y hablemos de brujas y hadas pues pocos lugares hay tan hechos a medida de las fábulas como este hayedo, el de Ciñera, donde todo parece colocado con mimo por la propia mano de los hermanos Grimm… especialmente en los álgidos días del Otoño.
Sí, me debo a esa labor de seguir desgranando el Otoño pasado antes que que me alcance el próximo y todo se vuelva una sopa primigenia en ebullición de colores ocres sin control. No pasaría nada, este blog hace años que vive en el desorden pero intentemos al menos completar la contrarreloj y quizás en estos días de calor asfixiante que recorren el país, nos apetezca recordar sensaciones olvidadas como la del frescor que llega con el viento ligero mientras se caen las hojas, marchitas en dorados, de los árboles.
Ciñera es un pequeño pueblo leonés de tradición minera y llegar desde su centro al Faedo de Ciñera no reviste ninguna dificultad, créanme. Aunque no se ve a simple vista y hay que hacer un pequeño paseo de no más de 20 minutos, dejando a un lado el cementerio, hasta empezar a encontrarlo. Empieza a aparecer en la distancia, entre los huecos que dejan la maleza del camino, pero lo que se ve son solo retales, puntos de colores que se escapan montaña arriba dejando detrás el verdadero corazón del hayedo. Cuesta verlo, incrustado como está entre un cañón así que cuando finalmente lo encuentras ya es para verte sumergido en un un bosque mágico, abrazado por el Otoño.
Aquí, en este espacio que en 2007 fue declarado el bosque mejor cuidado de España, viven hayas centenarias de 30 metros de altura. En su corazón, la magnífica «Fagus» que ha pasado ya el medio milenio de vida y cuyo perímetro abarca ya 6 metros tiene el privilegio de estar catalogado como uno de los 100 árboles más singulares de España. Se la bordea por una camino de pasarelas, el mismo, por cierto, por el que muchos mineros cruzaron para alcanzar las minas de carbón.
Pero prometí que íbamos a hablar de cuentos y leyendas y no pienso falta a mi promesa, porque aquí, entre estas hayas vivió una bruja llamada Haeda. Haeda tenía poderes sobrenaturales concedidos, decían, por el mismísimo diablo. El diablo solo le había dado una advertencia: «deberás usar tus poderes única y exclusivamente para hacer el mal, pues si los utilizas para hacer el bien, te consumirás y en tres días desaparecerás». «Trato hecho» dijo la bruja Haeda, «a partir de hoy haré todo el mal que pueda».
Por la zona vivía una familia muy pobre, con nueve hijos pequeños que durante el verano se alimentaban de lo que sembraban y cuando llegaba el invierno se refugiaban en una cueva para protegerse de las inclemencias del tiempo, del frío, de la nieve y de las heladas. Pero un día, el tiempo no dio tregua, la nieve caía sin cesar, el viento helado azotaba las laderas y los niños incapaces de mantenerse en pie resbalaban y caían continuamente. Por más que los padres lo intentaban eran incapaces de avanzar para encontrar el resguardo de la cueva.
A la Bruja Haeda se le partió el corazón al ver a la pobre familia incapaz de sobrevivir a la tormenta y sintiendo la desesperación de los padres por intentar salvar a sus hijos utilizó sus poderes para arrancar de las montañas un puñado de piedras, las prendió fuego y cuando se pusieron incandescentes dando un calor agradable la familia colocó a sus niños alrededor para que pudieran dormir sin pasar frío. Las piedras mágicamente aguantaron toda la noche calientes.
Cuando la familia despertó, solo se encontró un montón de cenizas, así que no supo muy bien que había pasado pero de poco importaba porque el día volvía a ser terrible. La nieve, la niebla y el viento se habían vuelto insoportables y la familia parecía incapaz de avanzar. «Bueno», pensó Haeda, «aunque les ayude de nuevo, aún me quedaran poderes» y así lo hizo. Volvió a arrancar piedras de la montaña, volvió a prenderles fuego y la familia volvió a pasar la noche caliente.
El esfuerzo había sido demasiado para Haeda. Se miró en un arroyo y se encontró envejecida y cansada. Agotada. Si les ayudaba un día más sería a costa de su vida. ¿pero de que valdría morir si aún quedaba todo el invierno por delante? No sería suficiente. Así que Haeda junto todas las fuerzas que le quedaban e hizo que todas las montañas del valle se llenaran de piedras ardientes. A su calor, llegaron muchas familias al valle y fundaron un pueblo sobre sus cenizas al que llamaron Ciñera… y desde entonces ningún niño pasó frío por las noches.
¿Y Haeda? Haeda se fue a morir al Hayedo, abrazada al árbol más antiguo y allí sigue su alma y bondad entre las hayas y carbón en la montaña.
Un comentario en “Otoño 2021 – Parte 3: Faedo de Ciñera (León)”