Etapa 21: Thame (3820 m) – Kongde (4250 m.)
Distancia: 13,86 km
Tiempo estimado: 8 horas.
Desnivel Positivo: 1736 m.
Desnivel Negativo: 1414 m.
(Nota: Etapa complicada. Lo más normal es volver por Namche Bazaar y es una etapa con algunos tramos complicados no recomendados para todo el mundo.)
(Perfil de la etapa)
26 de Octubre de 2018
Había cambiado el plan y tenía que enfrentarme a las consecuencias, solo que aún no sabía cómo de peliagudas podían ser. Sin muchas más opciones que no fueran el intentarlo, miré de nuevo a la pared vertical cubierta de nieve y hielo y esperando que hubiera alguna manera de atravesarla comencé a caminar.
Unas horas antes cuando ni siquiera había amanecido, el mundo se estaba desperezando bajo una fina capa de nieve. Un mantito suave de blanco cubría el paisaje allí donde me alcanzaba la vista. Dejaba el calor de un saco y dos mantas para buscar un lugar desde donde ver salir el sol entre las montañas. Se agotaban mis días en el Himalaya y quería aprovechar todos los momentos de buena luz que quedaran.
Sobre una colina, por encima de Thame, se veían nítidamente las montañas. El pico del Thyanmoche era el único punto que reflejaba la luz del sol en un valle que aún tendría que esperar un poco hasta recibir su calor. Al fondo, se vislumbraban algunos de los edificios del monasterio de Thame, por encima de unas casas y campos escarchados.
(Momentos antes de que saliera el sol por detrás del Thamserku)
Mientras esperaba que el día asomase por encima del Thamserku me imaginé como iba a ser la etapa que tenía por delante. Había decidido salir de la ruta establecida que bajaba directamente a Namche Bazaar para desviarme hasta Kongde en pos de una foto. No tenía forma de saber si esto me iba a complicar mucho la vida pero el hecho era que me iba a desviar por una ruta que muy poca gente tomaba y de la que tenía muy poca información.
Había calculado, viendo un poco la distancia y el desnivel, que necesitaría unas cinco o seis horas para completarla. El dueño del lodge de Thame difería completamente y apostaba por al menos ocho, pero había aprendido a tomarme las informaciones de los locales con ciertas reservas. Tan solo un par de días antes, cuando nos enfrentamos al Renjo La, en el alojamiento de Gokyo nos advirtieron que nos esperaban unas 10 o 12 horas para traspasarlo y alcanzar Lumde. Lo habíamos hecho en seis.
(Cabras peludas por las laderas de Thame)
Indudablemente tenía por delante una etapa dura. Al fin y al cabo tenía que volver a subir más de 400 metros de desnivel y yo ya sabía que mis fuerzas estaban para lo que estaban. El desvío implicaba ir caminando por el otro lado del valle de la ruta principal, con la garganta del Bhonte Koshi Nadi a mano izquierda, hacia el este mientras mi ruta se iría abriendo en una subida hacia el sur. Recogí el equipo, me cargué la mochila y me despedí de Thame. Una vez hube cruzado el primer puente me encontré un local que me confirmó que iba en la dirección correcta. Sería la única persona que vería en horas.
(Excursionistas con el Thamserku y el Kyashar al fondo)
(Thame)
Hubo varias cosas que me sorprendieron de la primera parte de esta etapa. La primera, agradable, fue el reencuentro con los árboles, con la vegetación frondosa tras tantos días de intemperie entre roca y glaciares. La segunda, menos agradable, fue la inconsistencia de la ruta. Un camino en continua oscilación, subiendo para volver a bajar en una montaña rusa infinita que iba minando mis fuerzas mucho antes de lo esperado.
La nevada del día anterior y muy probablemente otras más añejas, se mantenían a buen resguardo del sol en sombras inalcanzables, en los pliegues de la montaña. El camino se alejaba cada vez más de la ruta de Namche Bazaar y con la ascensión empezaron las buenas vistas. Tras la primera hilera de colinas aparecieron viejos conocidos a los que siempre me alegraba ver.
(Una premonición de lo que estaba por llegar)
En la lejanía el omnipresente Everest con su muro del Lhotse y el Nuptse cortaban el cielo. En pimer plano la ciudad escalonada de Namche Bazaar en su característico anfiteatro empezaba a tomar forma y a media distancia y después de muchos días volvía a ser el momento de que el Ama Dablam robara unas cuantas miradas.
(No estamos solos, Sam)
Por aquel entonces ya llevaba caminado más de 4 horas y según el mapa estaba muy lejos de mi destino final. Parecía punto, set y partido para el dueño del lodge de Thame. Además, sin ninguna población ni asentamiento entre el inicio y el final de la etapa, no había ningún sitio en el que parar a recuperar fuerzas. Eché de menos el chapati que debería haber pedido antes de salir de Thame y que por algún motivo no hice. El estómago empezaba a rugir haciéndome notar que ya había olvidado el desayuno. Me resigné. Aún me quedaba mucho que caminar.
Poco después las cosas empezaron a complicarse. Al girar el camino me encontré de bruces con una pared de roca y hielo que se antojaba infranqueable. Me senté un momento intentando averiguar por donde podría ir el camino que mis ojos se negaban a identificar y empecé a temerme lo peor. No podía descender porque era un desfiladero y las curvas de nivel del mapa indicaban que habría que subir� pero ¿por y hasta dónde? ¿Habría que enfrentarse a las cimas nevadas? ¿Estaría en esas alturas el paso? Y si lo estaba ¿Cómo lo iba a cruzar?
(De frente la pared. ¿Por donde pensaríais que va el camino? ¿Existiría un camino?)
Por primera vez empecé a preocuparme y no precisamente por mis escasas fuerzas. Si había que ascender por esa pared de roca y hielo, ¿estaría preparado? ¿Necesitaría arnés? ¿Crampones? Me encontraba ante un dilema. Podía seguir avanzando con la esperanza de hallar una ruta practicable o podía darme la vuelta. Regresar implicaba otras cuatro o cinco horas hasta Thame y un día perdido. Si seguía avanzando podía acabar ante algún punto inpracticabsle que me hiciera tener que retroceder con aún más tiempo perdido. Si me retrasaba y acababa optando por volver podría llegar al punto de encontrarme caminando de noche por los Himalayas y eso tampoco era opción a la que me apeteciera enfrentarme.
Dilemas. Dilemas. ¿Qué hacer? Después de pensarlo durante un rato opté por continuar el camino, ir viendo que me encontraba y si finalmente delante de mi se hallase algún paso que sobrepasara mi nivel (algo bastante probable), me daría la vuelta. Aunque implicase caminar en la noche helada con todo el equipo y la única luz del frontal.
(Vale. Esto pinta mal.)
Crucé un último río y me quedé cara a cara con la pendiente. El camino seguía, transcurría en una fina hilera de escaleras semienterradas en la nieve que serpenteaban montaña arriba, apareciendo y desapareciendo. De alguna manera habían encontrado una manera de colarse entre las placas de roca que conformaba la pared. Llegado este punto el paso parecía posible, pero no estaba exento de riesgos.
(Escaleras y mi único amigo el cable)
Era, en general, un camino bastante estrecho y la mayor parte del tiempo transcurría sobre balcones que caían hacia un abismo. Junto a las escaleras de piedra había un cable de acero al que poder agarrarse y donde haber dispuesto de arnés me habría dado una tranquilidad que en ese momento anhelaba. Agarrarse transmitía cierta calma pero había que tener en cuenta que el suelo estaba nevado con partes heladas, que yo ya estaba bastante cansado, que me sonaban las tripas y que históricamente hago gala de una torpeza natural que se manifiesta en estos momentos tan inoportunos.
(Morir, pero hacerlo con vistas)
Tenía por tanto que mantener la máxima concentración. Agarrarme con fuerza al cable y caminar pensando en cada paso. Una placa de hielo, un tropiezo, un resbalón sin estar bien agarrado y desaparecería para siempre. Me exigía un cuidado extremo en todos mis movimientos. Agarrarme bien al cable. Dar dos pasos. Quedarme quieto. Mover las manos a lo largo del cable. Volver a agarrarlo con fuera. Volver a dar dos pasos. Repetir. Mantener la concentración y no liarla al final de la ruta ¿Por qué? ¿Por qué acababa siempre en estas situaciones?
(El pico del Nupla asomando junto a las nubes)
El mayor temor en ese momento, a parte de la estrechez, el vértigo de mirar hacia abajo y los posibles resbalones era encontrarme en algún punto que definitivamente me obligara a rendirme, por el que fuera imposible pasar o que fuera un riesgo que no estuviera dispuesto a asumir. En ese momento tendría que volver a descender con todo el cuidado del mundo todo lo que había conquistado, retroceder a través de las escaleras y los balcones helados estando cada vez más cansado. Estaría cada vez más cerca de cometer errores.
(No mires abajo. No mires abajo. Agárrate al cable)
Pero el camino seguía subiendo y yo con él. Seguía parándome cada dos pasos para arrastras las manos por el cable. Me agarraba con fuerza mientras paraba a coger resuello y aprovechaba para hacer alguna foto. Uno de los últimos tramos me tocó pasarlo agachado por una hendidura en la roca de la que colgaban chuzos de hielo. Lo que faltaba, amigos, añadir la posibilidad de que uno se rompiera y me cayera en la cabeza. Pura gloria.
(Mirando hacia abajo se pueden ver parte del camino y algunas de las hileras de escaleras)
A partir de aquí el camino seguía ascendiendo por la ladera, pero ya fuera de la roca, sin cable y por otro balcón estrecho. Parecía que lo más complicado había pasado y poco después la inclinación de la ladera se relajó, el camino volvió a transcurrir por un lugar sin riesgo y yo respiré aliviado. Afortunadamente y a pesar de mi cúmulo de miedos, no había tenido más percance que el emplear una cantidad exagerada de tiempo para mantener mi rutina de pasos y agarres.
Todavía me quedaba más de una hora para llegar a Kongde, aunque ahora sí, el camino era mucho más sencillo y llaneaba tranquilamente. Al otro lado del valle iba apareciendo el valle central, y ya se podía distinguir el pequeño Tengoboche y su montasterio e incluso el Chukung Ri bajo la enorme mole que era el Everest. Me aproximaba a la foto que estaba buscando, pero también lo hacían las nubes. No habría atardecer para mí y todo quedaría dispuesto para jugármelo al amanecer.
En algún punto de este último tramo hasta Kongde me encontré a dos nepalíes cargados con picos y palas. Se sorprendieron tremendamente de verme porque entendieron inmediatamente que había subido por el camino de escaleras congeladas. Eran dos guías que venían del hotel de Kongde y se dirigían precisamente a este tramo tan complicado para intentar darle forma. Esperaban a un grupo que habría de pasar al día siguiente y tenían que tallar escalones, quitar hielos, romper chuzos y toda esa serie de facilidades que yo habría agradecido unas horas antes.
Para cuando llegué a Kongde el sol se había metido tras la cordillera y la zona se encontraba a merced de las sombras, los vientos y el frío. Pensaba que había terminado con los sustos por la jornada pero el día aún me reservaba una sorpresa. El lodge al que pensaba ir estaba cerrado. Abría tan solo de vez en cuando y ese día no estaba en su calendario. Que mala planificiación por mi parte. Empecé a temblar. Aún me quedaba la opción del hotel. ¿Habría sitio?
Sí.
Había sitio.
A 150 dólares por persona.
Innegociables.
Comidas aparte.
Levanté la ceja y se me descompuso la cara por la sorpresa. El nepalí de recepción me miró de arriba a abajo. Mi presencia, descompuesta y famélica tras la etapa no debía transmitir la mejor de mi imágenes. Sudoroso, sin guía ni porteador que pudiera interceder por mi, me sentenció: �This may be a little too expensive for you, sir�. Le fulminé con la mirada mientras añadía: �Si quiere, puede seguir caminando un par de horas más hasta el siguiente pueblo�. Dos horas más de ruta era lo último que mi cuerpo estaba dispuesto a escuchar. Agotado, acepté. Al día siguiente descubriría que a dos horas del refugio seguía estando la más absoluta de las nadas.
El Yeti Mountain Lodge de Kongde, era por tanto, mi única opción. Muy alejado de los otros lodges que me había encontrado en la ruta era un hotel en toda su definición. Todo recubierto de madera, con esculturas por las esquinas, recibidor, salas de estar, habitaciones repartidas en dos plantas y una colección de fotos de sus más ilustres visitantes entre quienes se encontraba nuestro leonés Jesús Calleja. No hará falta que diga que se pagaba un precio exagerado por lo que ofrecía, pero al menos tendría mi propio baño y una ducha caliente, dormiría unas horas con una manta eléctrica y dispondría de electricidad. Tibio consuelo. Quizás para ponerlo en contexto estaría bien recordar que en los lodges a lo largo de la ruta apenas había llegado en la parte más turística a los 30 dólares al día con todos los gastos incluidos.
Fue una pena perderme el atardecer por las nubes, estaba seguro que el mirador merecía la pena. Confiaba en el amanecer, que se había mostrado casi infalible y solo me había fallado un día. Pagué otros 30 dólares por una cena que no lo valía y me metí a la cama a descansar. Al día siguiente sería el momento de descubrir si seguir el rastro de la foto de Lobuché habría merecido la pena.
Más info: Como organizar el trek al Campamento Base del Everest
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Una de las etapas más emocionantes, cuando todo parecía una melancólica despedida llegaron las escaleras de hielo o ponerle emoción. De mis post preferidos de la ruta.
Al ver estas imágenes tan evocadoras me recuerdan mucho a las de Ansel Adams.
Me encanta el planteamiento que desarrolláis, con las rutas, las experiencias vividas y la ruta descargable.
Enhorabuena.
P.D Ya tenéis un incondicional más.
Muchísimas gracias!! Me alegro un montón que te haya gustado!! 🙂 Y bienvenido!!!