A lo largo de los años y de encuentros de la más variada longitud, mi relación con China ha pasado por muchas fases. Hong Kong fue hace casi 20 años mi puerta de entrada a Asia, la primera vez que pisaba ese continente descomunal que habría de cambiar mi mundo. Allí pasé casi dos meses divirtiéndome en la más absoluta de las incomprensiones. Aprendí a usar palillos, viví un tifón en un piso 23 (o similar, mi memoria es una pena) y me enfrenté a mercadillos de jade, ranas y serpientes bajo la sombra de los rascacielos.
Volví a visitarla, años después, esta vez con algo más de variedad en las paradas. Recorrí Pekín, Xi’an, Shanghai, Guilin y repisé Hong Kong. Quedé en shock. El viaje fue una escapada de su antítesis japonesa de orden y pulcritud que tanto adoraba. Llegué a detestar ese evidente abrazo al caos, al desorden a pesar de todas sus virtudes representadas en siglos de historia. El gigantes asiático no me había robado el corazón y solo volví a sentir la calma y la tranquilidad al dejarla atrás y volver a Japón. En lo que a mi respectaba, China estaba lista para capitular.
Sin embargo y demostrando una vez más que mis planes nunca tuvieron razón de ser, volví una tercera vez durante mi vuelta al mundo. Desperté entre hutongs pekineses el día que los noticieros avisaban de la muerte de Michael Jackson. Llegué desde Mongolia y partí hacia la complicada Tíbet haciendo parada entre ellos, dejando de un lado ciudades prohibidas, palacios y esas gaitas que nos empeñamos en visitar obligatoriamente para gastar mi tiempo en calles, plazas, parques y juegos donde se respira el pulso de quienes de veras habitan la ciudad. Esa vez, dando muestra de una volatilidad preocupante de opinión, eché de menos no quedarme más tiempo. Deseé haber tenido el valor de adentrarme en la China más profunda. Así de mudables fueron y siguen siendo mis pulsiones. Me reí con ellos, disfruté y me sentí acogido allá por donde fui. China volvía a la lista de destinos a los que volver.
No fue como lo había planeado, ni fue a sus profundidades, pero ayer volví de China por cuarta vez. Un viaje breve a través de Cantón, Macao y mi ya por siempre idolatrada Hong Kong. Un viaje especial porque me ha reabierto el apetito de conocer la China del interior y que ha vuelto a subir de posición en mi lista de pendientes y sobre todo porque ha sido la primera en meses (desde el fatídico febrero) en que me aventuraba a un viaje tan largo y tan lejos de casa. También porque me vuelvo con un montón de recuerdos y risas junto con David, Adri y Guille y porque atesoro en el disco duro lo que creo que será una buena ristra de fotos de las que sentirme satisfecho.
Me pueden las ansias de bucear entre ellas a ver si encuentro alguna joya pero de momento, mientras sucede la criba y elijo encuadres y memorias, he aquí una selección de nocturnas a mitad de camino entre la oscuridad, el azul y el morado, adornadas con megavatios de luz. Acabó mi cuarto encuentro con China y no puedo dejar de pensar en el quinto.
Este viaje ha sido parte de un minubetrip por China con Air France y KLM, en breve las crónicas.
Eres, simple, llana y rebonicamente maravilloso. :*
oioioioiooioioiiii!!!
Me ha encantado, como todos tus viajes. Saludos.
Muchísimas gracias!! 🙂
Preciosas fotos. HK también fue, en 2010, mi puerta de entrada a Asia. E immediatamente pasó a formar parte de mi top10. Han pasado 6 años y he pisado muchas otras ciudades, y pocas han dejado en mí tanta huella como lo hizo Hong Kong, que siempre acabo comparando (y poniendo por encima) con NYC.
Yo es que tengo una relación más intima con HK que con NY. Creo que tengo más de la primera, aunque me encantaría conocer mejor la segunda. 😉
La segunda foto es sencillamente ma-ra-vi-llosa.