El teleférico subía casi en vertical, volando hacia la cumbre de los gigantes. Al menos de la primera tanda, de los pétreos mamotretos que custodiaban la entrada en Picos de Europa y tras los cuales se alzaban más y más las cimas que tocaban el cielo de Cantabria.
La subida desde Fuente Dé, salvando 750 metros de desnivel hasta llegar al mirador a 1850 metros en casi 4 minutos, rebosa majestuosidad. Es este el principal punto para comenzar a hacer rutas por Picos de Europa, unos picos de los que he estado enamorado desde que comencé a patearlos allá cuando era un imberbe jovenzuelo, repartiéndose los pateos y las rutas, al igual que los montes entre Cantabria, Asturias y León.
Reconozco que salvando estas vistas que ya las había grabado en mi memoria hacía mucho mucho tiempo, desconocía demasiado de la afamada belleza de Cantabria. Así que aunque fuera brevemente me encantó descubrir alguno de sus más emblemáticos rincones. Porque si los Picos de Europa te llevaban a su techo, otras maravillas como las cuevas de El Soplao te llevaban a su corazón.
La cueva brillaba, las luces apuntando a los millares de �estalactitas� excéntricas que crecían desafiando a la lógica y a la gravedad desde sus techos, como estrujar una esponja entre los dedos que hace que crezca en todas direcciones. Esta estructura capilar, hipnotiza a la vista, pero no es la única sorpresa que tienen sus más de 20 kilómetros de estas cuevas.
Bastaba con adentrarse más adentro, con guía, mono, botas y casco para arrastrase y descubrir otras zonas maravillosas, arquitectura rococó de estalactitas y estalagmitas, banderas, capas, perlas, cortinas y una amplio registro de formaciones que con tanto esmero y cuidado ha ido desarrollando las entrañas de la tierra durante miles de años.
Y si no, siempre nos quedaría el mar, el frío Cantábrico, bravo y peligroso, siempre con olas, en el que me bañaba en casi todas las vacaciones de mi infancia y juventud. Motivo por el que los mares tranquilos me acaban aburriendo y adoro las olas. No soy ni tengo cuerpo de surfero y aunque puedo decir con orgullo que me mantuve casi un par de segundos sobre la tabla, este es uno de los paraísos de los surferos en nuestro país. Claro, que locos hay en todas partes y aquí nos aseguraban que lo practicaban hasta en pleno invierno. Pobres carambanitos.
Aunque el gusanillo del mar vino de pasear por sus acantilados, en uno de los trayectos del Camino de Santiago del Norte, el mismo que bordea la costa cantábrica y que tiene muchos seguidores y admiradores. Menos concurrido que el francés, con el Mar haciéndote compañía… ¿Se nota mucho que lo he apuntado en mi lista de tareas pendientes?
Parte del minubetrip por Cantabria | Más info: Nuestro plan de viaje
Wonderful!
¡Precioso!
Cantabría tiene mucha variedad natural y múltiples opciones deportivo-culturales.
Saludos
A que mola la cueva de El Soplao? A mi me parece de las más bonitas que hay