(Cierro aquí el último capítulo de mi breve viaje por la República Dominicana, allá por Junio de 2011)
Todo fue fruto del azar. Una obviedad. Daba igual lo que hubiera sucedido, cuando no llevas nada preparado, todo es fruto del azar. Así la incertidumbre le da un toque místico a la ecuación. Lo único que tenía claro es que me iba a peder conduciendo por los caminos al norte de Higüey y muy mal debía darse la cosa para volverme con las manos vacías sin encontrar nada interesante.
La idea era llegar a algunas playas de buen renombre según algunos de los autóctonos que hablaban muy bien de las orillas del Atlántico entre las aguas de Miches y Laguna del Limón. El llegar hasta allí fue un plan trazado con un esbozo a un mapa en dos sencillos pasos: llegar a El Seibo y desde allí subir hasta cruzarme con el mar. Carretera y manta y dejarme sorprender, con los dominicanos no sería difícil.
Para hacer este tipo de vagabundeo fotográfico siempre he preferido la moto. A recorrer carreteras y pararte donde te apetece, apenas un instante con la cámara colgada del cuello, lo suficiente para encuadrar, hacer y clic y seguir tu camino sin ni siquiera bajarte. Hacerlo en coche es más trabajoso, no puedes parar en todas partes y la mayor parte del tiempo tienes que bajarte para disparar. Como veis soy un sufrido.
Ese era mi día. Aparcando en la cuneta cuando veía un puesto de fruta, uno de figuras de madera, otro que parecía un mercado, unos chavales en bicicleta, otros jugando… iba a ser un largo y lento camino hasta el mar. Pulgares arriba para mi portentosa capacidad de distraerme con todo. Pulgares arriba para la portentosa capacidad de los dominicanos de distraerse conmigo y con la cámara, de sonreír ante la cámara y de avisarse unos a otros para salir en las fotos. ¿Por que nos divierte tanto vernos en una foto hasta el punto de partirnos de risa? ah, los pequeños e inexplicables placeres de la vida.
Fue perdido por el monte, entre caminos desconchados y embarrados, atravesando el paraje tropical cuando los vi. Unos cuantos jinetes, atusados con sombreros de cowboy y botas de cuero al trote por esos caminos. Estaba llegando a un pequeño pueblo que respondía por al nombre de Pedro Sánchez. Vaqueros sonaba a buena photo opportunity y una excusa perfecta para bajarse del coche. Los caballos estaban arrejuntados, las bridas atadas a los árboles mientras los niños lustraban entre afanosos y aburridos las botas de cuero de los jinetes. Ver un pueblo lleno de caballos es curioso, pero tampoco daba para mucho más. �Venga luego, en unas horas. Hasta la tarde no comienzan las fiestas�. ¿Fiestas? ¿en un pueblo remoto? eso no podía dejarlo pasar.
Aproveche esas horas previas para finalmente llegar al mar… y volverme. No quería perderme detalle de lo que sucediera en Pedro Sánchez. Llegué con la feria arrancando, tiovivos en marcha y las calles llenándose de gente de un lado a otro. Me sumergí en la marea y me deje llevar. Yo soy muy de �¿Dónde vas, Vicente?�, no puedo negarlo.
La gente se arremolinaba en un prado, muchos a pie y otros tantos cabalgando, dejando un pasillo por un camino de tierra donde se arrancaban los caballos y caballeros al galope. El objetivo no era otro que conseguir atrapar con un lápiz un arito colgado de una cuerda en mitad del camino. Reto este tan difícil que necesitaba toda la concentración y astucias de los concursantes y una concentración y astucia aún mayor del juez del del evento, sobrepasado por la trampas.
�¡¡A ver ese caballo que va muy lento!!�
�¡¡Pero, si has cogido el arito con la mano!! ¡¡No disimules!!�
La gente se partía de risa acompañando la sonrisa del pícaro jinete. �En el siguiente intento seguro que disimulo mejor� debía pensar. Pocos eran los que lo hacían legalmente, para mayor diversión de la concurrencia. Al fin y al cabo, estaban en fiestas.
La carrera de burros mantuvo el nivel. Pollinos corriendo tanto como daban sus patas con jinetes sin silla azuzándolos a lo largo de unos 150 metros. Aquí no faltaba el que empujaba al burro el que le apremiaba con una vara y las carreras iban de descalificación en descalificación para aún más risas del pueblo y frustración de los apostantes que habían empeñado su dinero por el burro correcto en las carreras inválidas. Cuando hay dinero de por medio, siempre hay algún ceño fruncido de más y algún moneda de menos.
Aunque sin duda el momento álgido, el fin de fiesta que todo el pueblo esperaba era el palo �ensebao�. Un enorme tronco, pelado y lleno de grasa en cuya cima reposaba una pequeña bandera. El objetivo era simple, subir y cogerla, recibir los aplausos del público y la gloria por la hazaña. Que hubiera un bote de dinero esperando no tenía casi nada que ver. Apenas. De hecho era parte de un espectáculo coreografiado, controlado por los mismos participantes.
Calentando el ambiente se iban haciendo una serie de subidas fallidas. Los �escaladores� se ayudaban unos a otros, pisándose hombros y cabezas en una especie de escalera humana que inevitablemente una y otra vez acababa con un desplome gracias a la gravedad y las ingentes cantidades de grasa. Esto no hacía sino acrecentar el interés hasta que todo el pueblo, absolutamente todo acabó reunido a su alrededor. Nadie quería perderse el gran momento.
Mientras tanto, mientras se animaba el ambiente el megáfono seguía animando a la gente a llenar más y más el bote para los acróbatas. La plan estaba definido, aceptado y asumido… no subirían hasta que el bote no fuera lo suficientemente suculento como para repartírselo entre todos. Mientras esperaban a ese dichoso momento las sucesivas escalas fallidas iban sirviendo para ir limpiando el palo de grasa a base de deslizarse una y otra vez.
Finalmente, habiendo llegando a la cantidad fijada, montado un numerito de varias horas en las que tuvieron a todo el pueblo entretenido, entre subidas, caídas, fallos y risas llegaron a lo más alto acompañados de una gran ovación y aplauso. Solo por el espectáculo se lo habían ganado con creces. Las malas lenguas sin embargo aseguraban que nada de ese dinero vería el mañana, llamado a gastarse en los puestos de alcohol de la feria.
Aún quedaban varios días de fiesta más, en los que orquestas y Dj�s pondrían a bailar como Hamelin a todo aquel que escuchara los primeros acordes. Siguiendo la inigualable hospitalidad dominicana, acabé requeteinvitado a no perderme ni uno de los momentos, a tener donde quedarme y a ser parte perfectamente integrada de Pedro Sánchez. Lamentablemente mi corto tiempo en el país se acababa y no tenía más tiempo que el de coger, con pena, un avión al día siguiente. Fueron estos, breves y cortos días en República Dominicana. Suficientes para desearme volver con todas mis ganas. Gracias por haberme hecho sentir tan feliz por allí.
Galería: República Dominicana
Me ha encantado este post. No sé qué me ha gustado más si la carrera de burros o el ‘ensebao’! y las fotos son güenísimas! la de las tablas en el agua tiene, en mi opinión, una composición perfecta 🙂
me ha gustado el reportaje, una experiencia inolvidable sin duda!
Me encantan las miradas 😀
Ir en coche y pretender hacer fotos es una castaña, coincido contigo.