Mucho se vivió entonces y ya cada vez quedan menos para recordarlo. Los márgenes del río Cuerpo de Hombre que siempre habían estado dedicados a los telares, cardadoras e hilanderías donde se hacían paños y telas, allí donde la industria textil fue durante siglos el motor de Béjar, han dejado paso a la naturaleza que sin prisa se entretiene en devorar los restos ya abandonados. La tranquilidad donde antes había bullicio. No fue hace tanto.
Una historia que despuntó en 1691 con la llegada de un grupo de maestros textiles de Flandes de la mano de la Duquesa de Béjar para enseñar el arte de la pañería fina. Llegarían años, siglos después, el ferrocarril y sería la mano del hombre la que diera forma al río. Un batán, lavaderos, pesqueras de piedra donde retenerlo, donde tenían lugar el lavado de la lana, los tintes y el movimiento de las máquinas, que acabaría dando además la electricidad que necesitaba.
Dicen que la industria textil está ligada a la prosperidad de la ciudad y que fue precisamente en esos momentos álgidos, especialmente con la confección de prendas para el ejército a partir de 1715 cuando Béjar llega a tener 75 fabricantes, 177 telares y unos 3000 trabajadores.
Hoy ya no queda ni el tren, víctimas de la decadencia de la industria en los últimos 50 años, tras ser los principales productores durante la Guerra Civil y la postguerra para el bando nacional. Por esas fábricas, ahora rotas, pasaron nuestros abuelos, historias de esos años terribles, historias de supervivencia y de picaresca, eclipsadas las telas y los paños por los horrores vividos.
Ahora una ruta entre sus restos tomada por la vegetación, un Angkor de chimeneas y cristales rotos, puentes por los que ya no cruza nadie y cascadas de agua que se cuelan por donde pueden sin nadie que las maneje. Esos momentos de historia que aún quedan vivos en los brillos de los ojos octogenarios y nonagenarios y que pasarán al baúl del papel y las historias cuando se apaguen, pero a los que indudablemente estoy unido.
En algún momento de nuestra vida, la misma que vivimos tan rápido que solo vamos viendo como avanza, nos paramos a mirar hacia atrás a saber de donde venimos, que había más allá de las tres generaciones a donde nos alcanza la vista. Es mera curiosidad aséptica, apenas sin emoción alguna, pero cada vez tengo más interés y curiosidad por mirar atrás, algo que hasta ahora yo nunca había hecho.
Hay muchos rincones olvidados en Béjar, restos de una época que ya pasó. Ahora reinventada en ciudad universitaria es este empuje el que la mantiene con vida aunque no impida que siga menguando. En algún momento abandonada ya al musgo, las raíces y las ramas, habrá quién siga descubriendo los recodos perdidos y sólo tendrá la imaginación para elucubrar y especular con lo que paso entre sus paredes y se preguntará por ejemplo ¿Cómo llegó este coche ahí dentro?
Más info: El recorrido de las fábricas se puede hacer en su ruta homónima y está casa abandonada en particular, ni idea, yo seguí los pasos de mi tío por el monte. 🙂
Muy buenas fotografías de la decadente Béjar…
magnífico sitio y fotos
muero de amor! me encanta!!
Maravillosa descripción y preciosas fotografías .Gracias
En mi zona también hay muchísimas fábricas abandonadas que denotan un pasado glorioso, ahora el aspecto es parecido al que muestras 🙁
Impresionante. Posts como este hacen que tener un blog de viajes tenga sentido 🙂
El texto trasmite mucho sentimiento y amor por la zona. Las fotografías muy descriptivas. Abandono y soledad.