La espera al atardecer fue en vano. En el paralelo 63º 25� 47� el sol caía lentamente y en ese punto, el más alto del viaje, el viento era gélido y juguetón, colándose por cada recodo que podía y encontrando esa escondida y mísera abertura por la que colarse mientras el crucero, el Empress de Pullmantur, levaba anclas por primera vez y zarpaba del puerto en dirección al sur. Objetivo, los fiordos.
La pregunta más evidente, cuando desconoces por completo la orografía de Noruega, es cuál de los infinitos fiordos que hay se van a visitar. Es decir, parece que hay un recorrido bastante definido, con los highlights más importantes, pero si uno mira en un mapa, la cantidad de fiordos que hay, sólo le queda fiarse de los que un día decidieron cuales eran los mejores, porque a día de hoy, no hay vida suficiente para verlos todos.
Aceptamos las reglas del juego. Ahora volvemos a esa cubierta gélida con un sol juerguista que se resistía a acostarse. El crucero avanzaba, siguiendo las carreteras marinas que delimitaban las montañas de los fiordos y para mi, era la primera vez en un viaje similar. El crucero, esa pequeña ciudad flotante, tenía de todo, desde piscinas, jacuzzis y gimnasio, varios buffets, un casino, varios bares, salas de espectáculos, tiendas dutyfree, cafeterías y un porrón de camarotes, así que ¿por qué diablos había elegido la cubierta del barco?
Allí sólo quedábamos los optimistas de sonrisa congelada. Esperando que el cielo se cubriera de rojos. No sucedió. No me pregunten el motivo científico, que lo desconozco, pero el sol se puso finalmente sin anaranjarse siquiera. Cosas de la latitud, aseguraban. No dejó de ser un efecto curioso y el recordatorio de que desde ese momento los viajes en cubierta los habría de hacer encebollado, a base de capas, camiseta térmica, camiseta, camisa de manga larga, forro polar, cortavientos, malla térmica, pantalones, guantes, gorro y manta si la hubiera.
Aunque con el paso de los días (ya llegaremos a eso) según el Empress descendía hacia el sur cada vez era más fácil quedarse en camiseta en cubierta, los cielos se fueron enrojeciendo al atardecer y las noches llegaban a oscurecerse por completo. Allí en cambio, saliendo de Trondheim, se mantenían en un azul oscuro pero lleno de luz que mantenía las colinas de ambas orillas perfiladas en todo momento.
Nos despertamos, abriendo las gruesas cortinas que impedían a la sempiterna luz inundara el camarote, para encontrarme en la pequeña, diminuta, población de Hellesylt. Imaginarse el impacto de un crucero en estas poblaciones es difícil. Hablamos de lugares que rondan los 300 o 400 habitantes, cuando el crucero supera los 1000 y en muchos casos los 2000. Durante un par de horas la población de multiplica casi por 10 y una horda de turistas lo invaden.
Podría parecer un ataque de termitas a gran escala, pero lo cierto es que se marchan sin dejar más rastro que el dinero que dejan de compras en las tiendas de recuerdos y llevándose la sonrisa de muchos locales, que parecen agradecer la rotura en su calmada y eterna rutina.
Hellesylt fue un pueblecito encantador en mitad de un fiordo, situado a las faldas de picos nevados, con un catarata que reclama para sí misma toda la atención de la zona. Pero fue la antesala de algo realmente espectacular. Geiranger.
La llegada a Geiranger, me hizo darme cuenta que Noruega iba en serio, que no era sólo un nombre y fama injustificada en un papel y que los fiordos eran tan espectaculares como se aseguraban. Navegábamos entre la inmensidad de muros de piedra que se elevaban cortantes hasta un kilometro por encima nuestro. Imagínense la imagen, el descomunal crucero ridiculizado por la Naturaleza, picos donde la nieve brillaba en la sus cimas de piedra árida, cambiando al verde según se acercaba al agua con pequeñas casitas de madera pintada, moteando el paisaje.
Sentí esa inmensidad embriagadora, la misma que te hace apretar el gatillo del cámara intentando abarcar lo inabarcable. Esa misma que recordaba haber sentido en Milford Sound en Nueva Zelanda y en más de una ocasión en la mágica Islandia. Las tres luchaban por el injusto primer premio en estas competiciones de espectacularidad natural.
Completaba la imagen decenas de cascadas, abriéndose paso salvajemente desde el deshielo al fondo del fiordo. Espectacular, incluso idílico… pero realmente ¿quién querría vivir allí? Sólo de imaginarme la dureza del invierno en algo tan remoto, con carreteras serpenteantes que suben las montañas buscando puertos imposibles o túneles horadados en la montaña, aislados día sí, día también, me entran temblores. El verano es muy bonito, el invierno probablemente sea para muy pocos.
Tan sólo quedan unas 200 personas allí y muchas de las pintorescas casas de madera coloreadas que adornas las faldas del fiordo ya hace mucho tiempo que están abandonadas y otras muchas en venta. Parece ser que no habrá un problema de una excesiva urbanización en la zona. Bien. Seguirá conservando, espero, ese encanto salvaje durante mucho tiempo.
Uno de los imprescindibles de la zona es subir para tener una aceptable visita panorámica de la zona. Ampliamente recomendable para quedarse sin aliento. De esas veces que sabes que podrías quedarte horas sólo mirando el paisaje. La opción más clásica es el mirador Flydalsjuvet pero nosotros optamos por además incluir otro ángulo desde la zizageantes carretera 63 desde donde bajamos… en bicicleta.
El plan no estaba nada mal. Compruebas que los frenos funcionen perfectamente y te lanzas cuesta abajo y es una manera excelente de disfrutar del glaciar. No me pregunten cual es la velocidad máxima que se puede alcanzar. No lo sé. Me paraba cada diez metros, interrumpiendo la aceleración, para hacer alguna foto. Otra vez la maldita inabarcabilidad. ¿Cómo llevarte la esencia de un sitio en una foto?, ¿cómo robarle el alma? No lo intenten. Me temo que es imposible.
Me fui de allí con el insatisfecho deseo de hacer fotografías en un atardecer o noche que probablemente no llegaría, porque si verlo de día impresionaba, seguro que el manto de estrellas por la noche habría redondeado el momento. Pero aún así, confieso que no era mala manera de empezar a conocer Noruega. El problema estaba en saber si mantendría el nivel habiendo empezado tan alto. La respuesta tenía al menos una solución: Flåm
Noruega, Mayo 2012 | Pullmantur
Me alegra que te haya fascinado Noruega. Mi erasmus fue en Trondheim y desde entonces torturo a todo ser viviente que se me acerque con historias de lo bonito que puede llegar a ser el pais y que ya están tardando en visitarlo. La zona de Geiranger es probablemente el lugar del planeta más bonito en el que he estado. Perderse por las carreteras y pistas por alli es una auténtica gozada (en verano, claro, en invierno tuve que darme la vuelta un par de veces por las cantidades absurdas de nieve que se pueden llegar a acumular ahí)
Ays, en fin, me ha encantado este post, piel de gallina recordando cada sitio. Espero con ansia el siguiente! ^_^
Para mi que la mitad de las fotos son renders 3D que eso se ve demasiado bonito, hasta que no lo vea en persona no me lo creo 😛
Impresionante. Todo. Pero el pequeño cementerio me robó el corazón.
Boquiabierta me he quedado yo ante tus fotos, que preciodad, dan ganas de dejarlo todo e irse para allá ahora mismo, eso si bien abrigadito porque tiene pinta de hacer un friooooo
JO DER Ignacio, menudas fotos, menudo privilegio estar ahi
#envidia
Qué bonito compañero! A nosotros no nos acompañó demasiado el tiempo por allí y no pudimos ver Geiranger en su plenitud 🙁
Oye!!! que bonito todo eso, me encantó el principio con esa serie de fotos del cielo. Que lugar tan limpio y que agua tan azul.
Ufff, aún me estoy recomponiendo después de la maravilla de fotos y como no, el relato también. Unas vistas impresionantes y por más que uno mire de un lado o de otro, no deja uno de quedarse boquiabierto.
Un sitio que me encantaría visitar, y aunque lo de los cruceros sea algo de típico tópico, creo que es algo que uno debe de hacer una vez en la vida. El entorno lo merece.
Estoy de acuerdo con Machbel. Vamos a tener que ir a verlo en persona o no nos lo creeremos :p
Sólo con ver las fotos, antes de leer, me dije… este ya se ha ido a Noruega… ¬_¬U
Y es que si Japón me tiene robado el corazón (creo que ya para siempre), Noruega me robo el aliento… que aire tan limpio, que gente, que entorno… Yo fui, curiosamente a Throndheim (con una compañera que estaba de Erasmus) y, simplemente, no dejas de quedarte sin aliento del entorno, de la luz, imposible numerarlo todo!!
Me ha echo muuucha ilusión verlo por aquí!!! (a ver si fuistes al fiordo de los sueños!!)
pues habrá que ir a Noruega!
Bionyka, no se si envidiarte por haber estado de Erasmus en Noruega o temerlo por los fríos inviernos. Aún así me imagino que tuvo que ser una gozada de paisajes!! 🙂
Machbel, es que estoy mejorando mis conocimientos de 3D Studio MAX. jajaja!! (si, me quedé ahí…)
Francesca, 🙂
Saragpgb, pues no te creas, salvando la primera noche de viento gélido el resto nos pasamos el día en camiseta!! (Y más y más según íbamos bajando!!)
CaDS, agree! 🙂
Pau, pues que pena más grande!!! 🙁 🙁
Ani Mendez, una pasada!!
Javier I. Sampedro, yo pensaba como tu, pero el crucero por los fiordos me encantó!!!
Zumito, me apunto!!
Queseyo, si, yo también flipé. Ahora quiero hacerlo en furgoneta!! jajaja!!
🙂
Los fiordos siempre me han llamado la atención… ahora también lo hace el nombre ese inscrito en una de las tumbas: ¿ha muerto Olé?