(Post que se perdió en curiosidades varias y no llegó un 30 de Septiembre de 2010 que es cuando debería haberlo hecho)
En mitad del lago de Pátzcuaro, denso, de color marrón lodo y mientras un grupo norteño acallaba el motor de la barca, sobresalía una pequeña isla. Janitzio. Recargada de casas hasta el punto de pensar que sería imposible construir nada más en ella, donde uno esperaría un laberinto donde una vez esquivado el minotauro se podría alcanzar la cima, coronada por la imponente estatua de Morelos.
(Pescando con redes en forma de mariposa, curiosidades del lago)
Lamentablemente no hubo minotauros, pero si centenares de vendedores y vendedoras ansiosos por despachar cuadros que rozaban el horterismo más puro, vírgenes de guadalupe, camisetas y demás enseres souvenirescos repetidos una y otra vez a lo largo de todos los puestos del camino.
Fue una pequeña decepción. El enclave era perfecto, rodeado por el lago, con montañas al fondo, pero había perdido su personalidad bajo ejércitos de turistas (y yo aportando mi granito de arena). No les culpo. El negocio es el negocio. Y en Janitzio hacen su agosto en los primeros días de Noviembre, cuando se celebran en sus calles la más pintoresca (dicen) de las celebraciones de la Noche de los Muertos.
Días en los que todo el México quiere acceder a la pequeña isla que ya se ha convertido en reclamo turístico de por sí. Las colas comentan, son míticas. Si no llegas un par de días antes, olvídate. Reconozco que a pesar de todo, me puede la curiosidad, pero mis problemas de agenda y las gigantescas dimensiones de este país harán de mi asistencia un imposible.
¿Y sin el Día de los Muertos que queda? Pues más bien poco. Subir a lo más alto del más alto restaurante y disfrutar de la vista zampando una trucha sacada del mismo lago. O como mucho adentrarte en el interior de la estatua de Morelos para subir por su interior hasta llegar a un mirador. O algo así. Por que asomar el cogote entre alguno de los resquicios que han dejado en la gigantesca estatua no es de lo más cómodo.
Llegábamos allí desde la propia Pátzcuaro, que está si, me gusto muchísimo más. Casas blancas, de adobe y madera, techadas con tejas, calles empedradas y manteniendo perfectamente el aire colonial de antaño. Todo, hasta los edificios nuevos, siguen las mismas normas de diseño. Era un soplo de aire fresco en el México de las calles cuadriculadas y las casas de colores.
Las calles rebosaban de gente y de mercados y por lo tanto cargaditas de gente. En especial de tarascos, los indios purépechas a base de frutas, verdura, carne y artesanías varias. Incluso hay quién se lanza a la aventura y por no tener no tiene ni tienda, ni puesto, ni ná de ná, salvo un coche. ¿Quién necesita algo más? Se abre el maletero se pone la mercancía donde quepa y ancha es castilla. A tirar. Si es que nosotros tenemos los capós de los coches desaprovechados. Os lo digo yo.
En resumidas cuentas lo que viene siendo el barullo clásico pueblo con mucho encanto. Soportales de piedra que dan cabida a restaurantes con camareros de esos bien dispuestos, camisa blanca y un para servirle. Parquecitos pequeños para pasear o sentarse al sol, saludar a la concurrencia y demás.
Lo cierto es que todo Michoacán, la región (o al menos la parte que pude visitar), es bastante especial y se diferencia bastante del resto de México. Muchos de los michoacanos tienen en su orgullo histórico el haber sido de los pocos pueblos que no sucumbieron bajo el dominio azteca (cosa que un siglo más tarde no pasaría con los españoles), por lo que han conservado mucho de las tradiciones de los indígenas de la región.
Supongo que por eso mantienen esos nombres en los pueblos cómo Cuitzeo, Tlalpujahua, Tzintzuntzan, Angangueo, Apatzingán, Parácuaro, Puruandiro o el propio Páztcuaro. Luego con la consquista hispánica llegaron nuevos asentamientos más del tipo de Santa Clara del Cobre, así que al final y para variar, lo que hay es un batiburrillo de mundos en un mismo lugar.
Tampoco vamos a negar que las cosas por allí no comenzaron con muy buen pie. Los primeros españoles que llegaron a la zona, comandados por Nuño de Guzmán, sufrieron muy mucho los abusos españoles, que sospechando que los indios tenían oro y tesoros ocultos los torturaban para conseguir la información de su paradero.
Pues no había más oro que el que ya les habían entregado, fíjese y cómo resultaba no ser suficiente para lo que las mentes más avariciosas que llegaban al Nuevo Mundo habían supuesto, pues los indígenas por lo tanto debían estar mintiendo. Ya me parecía a mí, que cuando arrastramos a su jefe tirado por un caballo y le quemamos vivo sin que dijera ni mu, es que la cosa no pintaba bien.
Al final el infame Nuño, acabó de vuelta a España como prisionero para responder por las atrocidades que había cometido, no sólo en Michoacán sino en muchas otras partes de la Nueva España y los pobres locales acabaron fácilmente encantados con su sucesor, que sólo tenía que hacer que tratarlos medianamente como personas.
Allí se fundó Valladolid, que se renombraría años más tarde como Morelia, en honor a Jose María Morelos (el mismo que se representa en la estatua de Janitzio), insurgente que lucho en la Guerra de la Independencia, conquistando gran parte del Sur de México. Al final como muchos otros acabó sus días en la pasarela frente al pelotón de fusilamiento, pero sus hazañas se recuerdan y hay tenéis, una ciudad en su nombre.
Morelia, cuyo centro histórico es patrimonio de la UNESCO, es una de esas ciudades que perfectamente podría estar en Castilla en España. Casas de piedra y soportales, unas cuantas catedrales y hasta un acueducto acompañado de la ya clásica vida en la calle.
Vida esta de casualidades que quiso que acabar enlazando mi llegada con las celebraciones del nacimiento del propio Morelos, que seguro que le habría hecho ilusión ver las calles repletas con toda la gente echada a las calles para ver pasar un desfile de corte militar en su honor. El desfile, unos cuantos cazas sobrevolando el cielo, y una exhibición de luz proyectada sobre la fachada de la catedral.
Nada mal, aunque las celebraciones supieran a poco y se quedaran en menos. Lo que no quita a Morelia nada de su encanto y por extensión a la extraña Michoacán con muchas partes perdidas y muchas extremadamente turísticas y con muchas muchas cosas que me deje por descubrir (¿sabían ustedes que hay un pueblo completamente sepultado por la lava de un volcán que apareció de la nada y que lo único que sobrevivió fue la torre de la iglesia? pues si, y además se recorre en burro. Y yo me lo perdí).
(Gaspacho, nada que ver con el Gazpacho. Un porrón de fruta… con chile, por supuesto)
Pero dentro de la imposibilidad de ver todo este extenso país, al menos nos llevamos un pedacito del sabor de esta tierra. Pero ahora, ya giraba mis pasos al Este, donde pasaría por tercera y última vez por la capital, que ya es otro mundo en si misma.
Para Ana Laura, que vio al águila antes que nadie.
Y para las mentes inquietas: Unas cuantas fotos más de Janitzio, Páztcuaro y Morelia
Excelentes fotos y magnífico blog compañero. Te dejo mi voto para los premios bitácoras. Mucha suerte.
Un saludo.
Excelente post! Y claro, recuerdo que cuando estudié la primaria nos contaron sobre el volcán Paricutín y lo que hizo a dos poblados; es una historia bastante interesante, no he sabido de otra parecida. Saludos!
Ehhh, ¿vas cogiendo el ritmillo eh? Poco más y te pondrás al día…
Me han encantado todas las fotos con ese sol como protagonista. Y muy buena la apreciación sobre que podría ser alguna ciudad castellana. Estaba pensando lo mismo. Abrazo!
Buenas historias nos cuentas, que aunque conozco bien esos lugares me haces verlos desde otro punto de vista, inclusive con las imágenes, que he reconocido todos los lugares.
El pueblo sepultado por el volcán Parícutin se llamaba San Juan, por eso hay otro pueblo cercano que se llama San Juan Nuevo, ya que trasladaron a los pobladores. Es impresionante, será en otra ocasión 😉
Morelia es muy bonita, aunque ya comienza a sufrir lo de las grandes ciudades, ha crecido mucho.
Como que en burro????? Eso me sono a pelicula gringa, o sera que cuando yo fui al Paricutín viaje mas fresa y me fui en caballo jajajajaja, de todos modos es una lastima que te lo hayas perdido, ni modo, que quede anotado en tu lista de pendientes a tu regreso a México 😉
PD: Me dio mil risa lo de las tienditas en los coches, como ya estoy acostumbrada a verlo no lo considere como un dato tan curioso jejeje
Fran muchísimas gracias, aunque al final no pudo ser!!
Eduardo, pues si, a ver si puedo visitarlo en la próxima ocasión.
Japogo, ya casi estoy al día!! jejeje… ufff ufff… verás que agujetas, tu.
Daniel Aréchiga, debe ser curioso reconocer los lugares después de tantos que han pasado por aquí desconocidos, no? 🙂
Nancy, ya me imagino yo que tu en burro nada de nada. En caballo y blanco!! y tu vestida con flores, no? jajajaja!!
🙂
Para mi es asombroso todos los lugares lejanos y desconocidos que has recorrido y nos has mostrado, pero también ver lugares conocidos desde otro punto de vista.
Además que tu habilidad con la cámara no tiene comparación. Creo que si me tomaras una foto ni yo me reconocería… jaja