Nos sorprendió gratamente. No esperaba encontrarme con agua transparente como el cristal tintada un azul cristalino que reflejaba y variaba con el vaivén de las olas los tonos saturados del cielo.

El Cabo de Gata, en Almería, donde pasamos los días finales del ya difunto 2007, se mantiene como una de las principales reservas naturales maritimo-terrestres desde 1987, acogiendo en sus áridas tierras (la región de Europa donde menos llueve) a unos cuantos pueblos de tez calina, sobrepuestos sobre las colinas para poder disfrutar del infinito horizonte, allí donde se empieza a revelar la curvatura de la tierra.

En dos días, sin prisas, recorrimos San José, Los Genoveses, El consul, la playa de los Muertos, brevemente las Negras y casi llegamos a Carboneras y todo. Establecidos en Croquetas del Mal, atravesamos los mares de plástico de los invernaderos, la huerta de Europa para encontrarnos con el mar.

El mar, para los que somos de tierra adentro y no nos despertamos oliendo a salitre, ni nos dormimos con el romper de las olas, no suele tener el mismo efecto que para los que han vivido y crecido a sus orillas. Lo que para ellos es necesidad para nosotros es asombro, sorpresa, fascinación… sobre todo si nos llama cual Sirena a vagar entre sus aguas. Porque amigos míos, pocas es la primera vez que he podido decir que me bañado para despedirme del año. Gran lujo.

No hay mejor manera de rematar estas faenas campera-playeras que disfrutar de un buen atardecer. Corrimos hacia la más alta cumbre de las que teníamos alrededor, para ser testigos de como el azul se tornaba en naranja y las figuras, los montes, y los caminos desparecían dejando tras de sí sólo las siluetas.

Por cierto, un detalle. Siempre me ha encantado como la luz transforma un paisaje. No lo hace ni mejor ni peor, simplemente lo cambia por completo, tanto es así que no he podido decidirme cual me gusta más. Opiniones?

Ya sé que me ha quedado demasiado nostálgico, pero estamos de lleno en el síndrome postvacacional… un poquito de piedad!!! 🙂