Enganchamos de nuevo la costa Oeste y empezamos a bordear sus inumerables entrantes y salientes, algunos tan espectaculares como el Little Loch Broom (que no tiene nada de Loch, todo sea dicho).

Una zona llena de vistas pintorescas impagables con las hébridas exteriores al fondo en la que se nos salían los ojos de las cuencas intentando hacer el camaleón y abarcar con cada ojo una cosa diferente. En cuanto entramos en la bahía de Gruinard no tuvimos más remedio que parar a deleitarnos.

No me negareis que es una preciosidad. Había llegado el momento de conquistar como si fueramos pequeños cabritillos una pequeña colina que hacía guardia por la zona y que nos daría una vista privilegiada.

Coronando la cima estaba una pequeña roca que habría pasado la eternidad desde que algún gigante la colocara allí, ajena a todo lo que la rodeaba, probablemente sin recibir por parte de la historia el reconocimiento que se merecía por estar en tan privilegiada posición.

Nosotros defensores a ultranza de estos pequeños ignorados, no dudamos en aprovechar todo su potencial bien fuera para un glorioso grito desestresante…

… o para un momento Titanic:

Por un momento fuimos los reyes del mundo y cuando digo los reyes, no me refiero a que fueramos tomando el relevo del mandato uno por uno, no. NO. Me refiero a un pack de reyes simultáneos en la más grande de las desarmonías.

La bahía era nuestra!! 🙂