Vale, de acuerdo. No os culpeis, ni flageléis si os habéis quedado atorados leyendo el título. Es impronunciable. Ya sé que los autóctonos islandeses lo pronunciarán como si estuviera exento de dificultad, pero lo cierto es que yo a día de hoy sigo sin poder reptirlo bien tres veces seguidas.

Mal empezamos, si en el primer párrafo ya estoy divergiendo. A lo que vamos. Regresamos a la isla de fuego y hielo para avanzar un poco más en el recorrido que nos llevaba bordeando la zona Sur y hacia el Este hasta que nos encontramos con Kirkjubæjarklaustur (si, he hecho copy&paste, que pasa?). Esta pequeño pueblo de 160 habitantes (¿se puede considerar pueblo?) es importante por ser el único pueblo con supermercado entre Vík (70 km al Oeste) y Höfn (200 km al Este) y además es el punto en el que apareces si atraviesas muchas de las rutas centrales de Islandia, así que es parada obligatoria para recargar el coche de víveres (galletazas, chocolates y pollanitos varios en nuestro caso), cocacolas (a tuti) y rellenar el depósito de gasolina por lo que pueda pasar.


Esta zona ha sido también históricamente asolada por un volcán, el Laki. En el 934 ya lanzó 19.6 kilómetros cúbicos de lava (madremíamadremía) y especialmente brutal fue la erupción que tuvo lugar en 1783, cuando 130 cráteres a lo largo de una fisura erupcionaron simultáneamente alcanzando alturas de 1400 metros. Tanto que la ceniza acabó llegando a Gran Bretaña en el llamado verano de arena.

Estuvo en erupción durante 10 meses (!!) generando tremendos ríos de fuego. Más de 30.000 millones de toneladas de lava y 90 millones de toneladas de ácido sulfúrico acabaron con el 20% de la población (unas 9000 personas). En esa erupción se lanzó a la atmósfera tanto dióxido sulfúrico como tres veces lo que genera Europa en un año, lo que también acabó con la vida de muchos de los europeos.

Cuenta la leyenda que en Kirkjubæjarklaustur, Jón Steingrímsson, el cura, dió un sermón dentro de una pequeña capilla, donde estaba hacinado todo el pueblo, y la lava se detuvo metros antes de arrasar con el pueblo.

Ahora mismo el volcán ha sido declarado inactivo, así que intentamos llegar a él, para poder verlo, un viaje que nos podríamos haber ahorrado si hubieramos hecho caso a la guía que decía que la carretera sólo es medianamente practicable a mediados de Julio. Ejem. Aprovechamos para hacernos una foto en mitad de la nada, por eso de tener alguna excusa plausible. *^__^*

Claro, que para colmo de nuestras vergüenzas, cuando ya nos dabamos la vuelta una furgoneta (ni 4×4 ni leches) nos adelantó a la velocidad del rayo, saltándo entre los baches como alma que lleva el diablo mientras nosotros miserables turistas no nos atrevíamos a rozar ligeramente los bajos y nos retirábamos del campo de batalla. Ejem Ejem.

Si pudimos sin embargo para un ratillo en el Landbrot, un campo de formas cónicas formado durante la famosa erupción mediante explosiones de vapor, sobre las que ahora más de dos siglos después viven apaciblemente todo tipo de hierbas y líquenes.




Increíble y diferente paisaje. Maravilloso. Al igual que las impagables vistas sobre las cumbres nevadas del Vatnajökull (del que iremos hablando más adelante).

Aprovechad para pichar en grande esta foto y podréis ver como atravesando el río, se extiende el Landbrot hasta el infinto y más allá. Esto, que ahora es tan curioso y bonito, puede dar una idea de la bestialidad de los actos de la naturaleza.

Abandonamos Kirkjubæjarklaustur y nos preparamos para cruzar el Skeiðarársandur uno de los parajes más desolados de toda Islandia. Pero eso, en la próxima entrega. Aprovechad mientras tanto para preparar más palomitas y vaciar el orinal. 🙂