Un cañonazo en el castillo indicaba que era la una de la tarde, al mismo tiempo que el enorme reloj que coronaba el Balmoral indicaba la 1.05. Cinco minutos de margen para que los más despistados puedan llegar con un poco de margen a la estación de tren. Desde la parte de arriba del autobús mientras cruzaba por Princes Street me alegré infintamente de haber dejado la mañana lluviosa de Londres para encontrarme en un día soleado en el medio de Edimburgo.





Volví. No había bajado del autobús y ya estaba deseando perderme por el intrincado y caótico mundo de la ciudad vieja, saborear una Deuchars (que lamentablemente no puedo encontrar en Londres) y encontrarme con el bueno de Graham para pasar un fin de semana de disfrute y goce en esta maravillosa ciudad escocesa.


No lo negaré. Es una de mis ciudades favoritas. Sus edificos de piedra gris ennegrecida reflejena la luz de una forma increible. En un principio eché de menos el olor de la cebada que suele cubrir la ciudad. Apenas había viento que trajera el aroma desde la fábrica de cerveza, pero en el momento que se levantó una pequeña brisa ya caí irremediablemente en las redes de la ciudad.


Era la misma ciudad pero totalmente diferente. Mi visita anterior fue en el festival de verano de Edinburgo, un festival de más de un mes de duración que llena sus calles con artistas y turistas venidos de todas partes del mundo. Ahora en cambio era una ciudad mucho más dócil, más agradable. Más casera.

Mucho más entrañable de entrar en los viejos pubs de madera rodeado de locales al calor de las llamas de las chimeneas, mientras un pequeño grupo de música celta ameniza el ambiente como melodía de fondo, mientras el resto de los presentes se sienten ajenos, entretenidos en sus conversaciones, en su deguste de whisky. No sería lo mismo si se prestara atención a los músicos. Y ellos tampoco lo requieren. No sonaría igual sin el murmullo de fondo y los sonidos de vasos y jarras en la barra.

Delicioso.


No era este un viaje para verlo todo, así que dejaré a la buena vista de los visitantes el descubrir los misterios de su castillo, el caminar por la milla Real desde la residencia de la Reina y el parlamento Escocés, de subir al Arthur’s seat… Nada de turismo. Este era para mí.