Finalizamos nuestro viaje en la costa. En Dover. Perdiendo la vista en el infinito azul del cielo y el mar.

Dover uno de los puertos más importantes de Inglaterra, con un trasiego continuo de ferries entre la costa inglesas y la francesa. Costa que en un día claro como el que tuvimos se podían vislumbrar las tierras galas.

Pero no fuimos allí a disfrutar de la ciudad. De hecho no sabemos que ofrece esta ciudad. No entraba en nuestros planes conocerla. Ni la ciudad, ni pagar (otra vez) por ver el castillo que corona una de las montañas colindantes. Nuestras intenciones eran más simples: Disfrutar de los acantilados.

Estos acantilados que se empezaron a formar hace años, en la edad de hielo y a los que actualmente el mar come entre 2 y 5 cm al año, albergan multitud de especies tanto animales como vegetales y son objeto de estudio de geólogos de todo el mundo. De hecho están considerados como un patrimonio importante por nuestros amigos de la National Trust que ya os comenté que se encargaban de la conservación de monumentos, restos arqueológicos y espacios naturales.

Son además un excelente punto para ver y estudiar aves. Nosotros fuimos testigos de cómo una gaviota robaba un polluelo, salía volando y perseguido por los padres lo dejaba caer al vacío en un intento de protegerse de los ataques de los progenitores que viendo que el pequeño caía se lanzaron en picado y le recogieron con el pico. Dudo si cuando volvieron al nido en la pared vertical, seguiría vivo o con el cuello roto, pero el episodio fue sobrecogedor. La naturaleza siempre fue cruel. Nos sentimos como privilegiados telespectadores de un documental del National Geographic.

Los acantilados dan vértigo. Os muestro dos fotos, tomadas una enfrente de la otra. Los pequeños puntos que se ven en las cimas son personas. Quizás os valgan para haceros una idea de la escala. Yo, cobarde por naturaleza amén de sufridor de vértigo, hice las fotos semitumbado en el suelo. Espero que valoreis como me juego la vida por vosotros. 🙂


La zona, entre campos de cultivo de trigo, es un punto de relax para los habitantes de la zona, que no dudan en coger sus utensilios picneros para lanzarse al monte y disfrutar de las vistas mientras degustan algo de comer.

Personalmente me encantó todo. Quede abrumado por el mar, por el contraste con el blanco, por los dorados campos de trigo recortandose contra el cielo.

Supongo que el excelente día tras la tormenta de Stonehenge y el ambiente nublado de las ciudades medievales tambien influyó mucho. Aún así si me lo imagino en un día lluvioso con las olas rompiendo contra las rocas y un fuerte viento moviendo los campos de trigo creo que sería igualmente espectacular.