Etapa 13: Primer paso: Chukung (4730 m.) – Kongma-La (5535 m) – Lobuché (4910 m.)
Distancia: 10,4 km
Tiempo estimado: 7:30 horas.
Desnivel Positivo: 866 m.
Desnivel Negativo: 672 m.
(Perfil de la etapa)
18 de Octubre de 2018
Teníamos una jornada bastante complicada asi que las primeras luces del día no fueron para aprovecharlas haciendo fotos del amanecer sino para dar los primeros pasos monte arriba. Nos tocaba cruzar de un valle a otro y esto implicaba ascender hasta el paso de Kongma La a 5535 metros. Dejaríamos detrás el valle de Chukung para adentrarnos en el valle Central y estar a tiro de piedra del campamento base del Everest. Pero sería de recibo añadir que la jornada presentaba más complicaciones de las evidentes.
(El Lhotse deseándonos buena mañana)
(¡En marcha!)
Por que las evidentes eran las asociadas a vernos obligados a pasar unas cuantas horas por encima de los 5000 metros en las que habría que confiar en que todas las etapas de preparación de casi dos semanas caminando valieran el tiempo que habíamos invertido en ellas. Las menos evidentes se juntaban en la parte final de la etapa, donde tendríamos que ascender una morrena y atravesar un glaciar. Y no queríamos que nos pillara la tarde y mucho menos la noche encima de un glaciar. De verdad que no.
(Detrás iban quedando el valle de Chukung y nuestro idolatrado Ama Dablam)
Por lo tanto eran las 6:15 de la mañana y ya estábamos caminando hacia el paso. Pongamos algunos números a la subida: partíamos de 4730 metros y teníamos alcanzar los 5535 metros. Eran unos 800 metros de desnivel que habría que ir arañando con piernas y una sangre que ya había aumentado su densidad de glóbulos rojos pero que aún así le costaba mantener el ritmo. Se sufría pero había que reconocer que estábamos caminando a un ritmo que inesperadamente rozaba la dignidad.
El camino, sin ser una romería, si que estaba lleno de más madrugadores como nosotros que se iban uniendo no solo desde Chukung sino también desde Bibre y Dingboche. Subíamos sin descanso alguno y detrás iban quedando los picos que nos habían acompañado durante tantos días. La perspectiva iba mejorando con la altura y la distancia iba corrigiendo las proporciones de los gigantes. Ya no les veíamos la papada y empezamos a mirarles a los ojos.
(Adiós a estas vistas)
Nos despedimos ya definitivamente de la vista del valle que alcanzaba hasta Namche Bazaar. Allí estaba el resumen de las jornadas anteriores: Tengboche, Dingboche y los gigantescos Numbur, Khatang, Karyolung o el Thyangmoche. Firmes y sólidos. Vigilantes del valle. Pasaría a sus pies en unos días al terminar la ruta pero volvería a mirarles desde demasiado abajo y alguno se escondería para siempre. Mientras tanto, el siempre constante Ama Dablam seguía ejerciendo de brújula y angel protector. Siempre con nosotros, siempre acompañándonos.
El camino atravesaba un par de enormes circos tras los cuales el enorme macizo rey del Nuptse y el Lhotse volvía a mostrarse. Seguía siendo una vista hipnótica de la que era imposible cansarse. Bien merecía unas cuantas fotos para el recuerdo. Subiendo aún más comenzábamos a tener nuevas sorpresas como la aparición del Chamlang (7319 m.) o el Chombo Lonzo (7804 m.) pero a pocos les sentaba mejor la altura que al Makalu que iba revelando su presencia real, su porte de ocho mil en condiciones.
(El macizo con el Nuptse y el Lhotse)
(A parte de los picos, quizás lo más importante sea mirar dentro del círculo donde está indicado el tamaño de una persona… eso nos podrá dar algo de idea de la escala en la que nos movíamos)
La parte final de la subida necesitaba de ayudarse con las manos para salvar tramos donde ira imposible que existiera un camino y donde cada gramo quemaba las piernas y pulmones. Cuando tras bordear unos lagos, atravesamos el portón de banderolas de colorines que marcaban el paso del Kongma La, respiramos aliviados. Habíamos necesitado 4 horas para completar los 800 metros de desnivel, pero la recompensa era una gloria de vistas.
(El último tramo hasta Kongma La, atravesando los lagos)
(Vistas desde Kongma La. 5535 m.)
Nos tomamos el merecido descanso, bajo el sol y el viento que ondeaba sin descanso aquellas banderas de oraciones, aquellas plegarias de protección que decenas, centenas, miles de caminantes habían dejado en mil vidas antes que la nuestras. Nos embriagamos de vistas hasta que el frío y la perspectiva del resto de la etapa nos obligó a volver a ponernos en marcha. Desde allí no solo se veía la impresionante vista del Nuptse y el Lhotse, el Makalu y sus compañeros y el Ama Dablam (se veía incluso el Chukung Ri que había coronado el día anterior) sino que por primera vez veíamos el nuevo valle, el Valle Central y con él un montón de nuevos picos con los que tendríamos que familiarizarnos.
(Kongma La Pass. Bajo las banderas de plegarias a 5535 m.)
Dominaba la vista el Cho Oyu y sus 8201 metros, lo que convertía el paso en un mirador donde disfrutar de tres ochomiles a la vez: El Lhotse, el Makalu y el propio Cho Oyu. Que gozada. También se podía ver ya Lobuché en la distancia, abajo, lejos, bajo el pico homónimo y el Lobuché East. Se situaba junto al Glaciar de Lobuché y tras el glaciar de Khumbu que tendríamos que atravesar. Visto así desde las alturas impresionaba.
(Otra foto que he añadido para ver la escala. Fijaos en Jose, Javi y otro montañero a la derecha)
(Kongma La Pass)
Pero no había que adelantarse a los acontecimientos y mantener la concentración en el tramo a tramo. Ahora tocaba bajar casi 600 metros de desnivel tremendo con el agravante de hacerlo en un terreno de roca suelta. Una pesadilla que unía el golpeteo tremendo y el crujir de las rodillas a los los resbalones de roca suelta. Era una bajada matadora que casi nos costó una baja. Las rocas se la jugaron a Javi pero con la fortuna de saldarse tan solo con un moretón en la rodilla y otro en el orgullo. Supongo que ya, a estas alturas del recorrido, le habríamos llevado a hombros hasta Kala Patthar si hiciera falta, pero todos nos alegramos de no tener que hacerlo. Para cuando alcanzamos el valle Central ya habíamos podido ver a otro de los picos más emblemáticos de la zona, el Pumo Ri. Era otra visión fantástica, pero con la que no pudimos recrearnos demasiado tiempo. Había que ascender la morrena y meternos de lleno en el glaciar de Khumbu, en la desolación de hielo y roca que daba tanto respeto como uno pudiera imaginarse.
(Abajo la morrena y el glaciar de Khumbu. Al fondo se puede distinguir Lobuché)
(¡Hola, Pumo Ri!)
(Subiendo la morrena, fijaos de nuevo en los montañeros para dimensionar la imagen)
El principal problema de caminar por un glaciar como este era que las rutas que se iban abriendo no duraban demasiado y a pesar de los hitos que indicaban el camino, era muy sencillo perderse. Al fin y al cabo el propio glaciar se iba moviendo y con los días los caminos aparecían y desaparecían. Caminábamos por encima suyo, sobre la capa de escombros y rocas que lo ocultaba pero debajo de las cuales se oía el correr del agua. Un terreno impresionante a la vez que devastador para nuestras fuerzas. Un subibaja rompedor e infinito entre rocas en busca de un camino que se empeñaba en desaparecer.
(Hacia el oeste el Taboche, el Cholatse y el Arakam Tse)
(Buscando el camino para atraversar el glaciar de Khumbu)
El paisaje tenía la fascinación que transmite un paisaje desolado, infertil, salvaje por encima de toda definición. Incapaz de medir las escalas, incapaz de encontrarnos con nadie más, cada cual seguía su instinto para atravesarlo. Dimos vueltas a lagos, desandamos lo andado en más de una ocasión y al final conseguimos encontrar unas piedras que permitían saltar por uno de los ríos que transcurrían entre el hielo. Reconozco que me vi remojado con todo el equipo entre aguas heladas pero conseguimos poco a poco ir cruzando todos los obstáculos hasta remontar el otro lado de la morrena. Al fin. Al fin se veía Lobuché. Habíamos tardado una hora en recorrer 600 metros, pero ya habíamos pasado lo peor. En algún momento de inconsciencia habíamos pensado que quizás podríamos haber avanzado en esta jornada hasta Gorak Shep, pero en cuanto vimos los lodges de Lobuché nos rendimos a la evidencia. Estábamos lo suficientemente cansados como para negarnos a dar un paso más y conformarnos con sentir la etapa como una victoria. Habíamos completado nuestro primer paso. No podíamos pedir más. Bueno sí, una ducha caliente. La conseguí.
(Atravesando ríos por encima del glaciar. Por cierto, que ya se podía ver Kala Patthar en la lejanía. Nuestro destino para el día siguiente).
(¡Lobuché! ¡Benditos sean mis ojos!)
(Pumo Ri)
Lobuché no me gustó demasiado. Se notaba mucho que era uno de los puntos principales de la ruta más popular para alcanzar el EBC atravesando el Valle Central y la densidad de caminantes era mucho mayor. El lodge parecía un hotel en toda regla, con cantina y hasta un pequeño supermercado que les restaban gran parte del encanto que habíamos tenido en días anteriores. No teníamos derecho a queja. Habíamos elegido el trekking del Everest y sabíamos las consecuencias. Habíamos conseguido esquivarlas en bastantes etapas, pero estabamos cerca de la joya de la corona y había que aceptar que habíamos dejado las carreteras comárcales para volver a la autopista.
(Arakam Tse)
(Taboche, Cholatse y Arakam Tse)
(Macizaco con el Nuptse)
(El Valle Central nos permitía volver a ver el Kangtega, el Thamserku, el Kyashar y el Malanphulan)
(Qué bonito se estaba poniendo el Pumo Ri.)
Lo mejor de Lobuché fueron las vistas del valle Central que incluían parte del tramo que no habíamos hecho al habernos separado al llegar a Dingboche. Lo certificaba el poder seguir viendo el Kantega, el Thamserku y el Kyasar y los ahora gigantes picos del Taboche, el Cholatse y el Arakam Tse. Pero la gloria estaba hacia el Norte y Este, hacia el fin del Valle Central donde se asomaban el Pumo Ri, el Lingtren, el Khumbutse, el Changtse ya metido en Tíbet y el macizo del Nuptse. Detrás, detrás de esa mole se encontraba a buen resguardo el Everest y si todo iba bien en menos de 24 horas estaríamos disfrutando de sus vistas.
Mientras solo quedaba una vez más, disfrutar de la metamorfosis de los titanes, verles mudar de color hasta alcanzar los púrpuras y abandonarse a la noche. Qué afortunados éramos. Qué enorme privilegio.
Más info: Como organizar el trek al Campamento Base del Everest
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Otra grandiosa entrada. Qué bellas estampas, sobre todo esos enormes macizos de roca y las fotos con escala humana me hicieron sentir la inmensidad de esas montañas aunque sólo las viera por fotografías. Me encantó esa frase de «la desolación de hielo y roca».