Invariablemente en cuanto revelaba mi destino se repetía la misma frase. ¿A dónde? ¿Dónde has dicho? ¿Kirgui�qué?. Preguntas para remarcarme que probablemente no habría pronunciado bien o que el sonido del teléfono había sufrido un corte. Kir-guis-tán, repetía, consciente de que hasta hacía pocas semanas yo también era no solo incapaz de pronunciarlo si no incluso de localizarlo en el mapa. ¿Chiquitistán?, añadían con sorna tras un par de repeticiones con las sílabas bien marcadas. ¿Y exactamente ahí qué hay?

A esa misma pregunta intentaba responder yo también. El porque de irme a un destino perdido en mitad de Asia Central del que desconocía casi todo. Quizás debería ser esa siempre la pregunta. En esta época de sobreinformación, donde diseñamos nuestros viajes hasta el milímetro, con guías, con blogs, con decenas de fotografías online que nos hacen tener una visión clara y estructurada de nuestro destino sin dejar espacio ni a la incertidumbre ni a la sorpresa yo viajaba a ese agujero negro, esa demostración de desconocimiento, esa falta de ideas asociadas, esa nada absoluta que sentía al mirar en el mapa Asia Central.

Soy consciente de que no soy el único. Y durante muchos siglos hasta bien entrado el siglo XIX compartía esa sensación de vacío, de terreno ignoto con la mayoría del mundo. Un velo que se había mantenido hasta que dos superpotencias comenzaron una tremenda partida de ajedrez geopolítico y se dieron cuenta de que desconocían la mitad del tablero. Estas dos potencias fueron Rusia e Inglaterra, especialmente la Inglaterra que tenía bajo su control a la India.

El resumen esquemático sería el siguiente: India era por motivos de materia y mercado, una joya. El Imperio Ruso quería hacerse con el control del mundo y había pocos lugares en el mundo conocido que permitieran acumular tanto poder y riqueza como la India. La conclusión parecía obvia: Rusia se planteaba conquistarla. Inglaterra hizo una deducción similar y llegó al mismo resultado: Rusia quería invadirlos. Así que ambas superpotencias se preparon para un choque inevitable que comenzó con una guerra psicológica, una batalla por el conocimiento, por saber que había en esas enormes extensiones arduas de desiertos, pueblos desconocidos poco amigables con los extranjeros y una carrera a contrareloj por cartografiar una orografía imposible, con el objetivo de saber como mover las tropas para la defensa o por donde lanzarlas en caso de ataque.

El Gran Juego había comenzado.

Rusia e Inglaterra nunca llegaron a enfrentarse e Inglaterra consiguió retener a la India bajo su poder pero en este proceso el Imperio Ruso había conseguido avanzar sus fronteras y de los 2000 kilómetros que la separaban originalmente de la India había llegado en algunos puntos a acercarse a unos míseros veinte. En el proceso había absorbido a gran parte de Asia Central bajo su yugo alcanzando la mayor extensión que alcanzaría jamás.

Un siglo después, en 1991, el Imperio Ruso ya convertido en la URSS se desmembró y Asia Central quedó repartida en cinco estados: Kazajistán, Uzbekistan, Turkmenistan, Tayikistan y Kirguistan. Los famosos �istanes�, que vienen a ser una traducción similar a �tierra de�. Al igual que en el inglés se añade el sufijo �land�: England (Tierra de Ingleses), Scotland (Tierra de Escoceses) o Ireland (Tierra de irlandeses), Kirguistán sería la tierra de los Kirguizos.

Para nosotros Asia Central puede ser ahora una gran desconocida, pero no lo es para las grandes superpotencias que hoy en día luchan por la supremacía de la zona. No es una cuestión de poca monta sino de recursos. Muchos. Bajo sus suelos se encuentran ingentes cantidades de uranio (Kazajistán es el mayor productor de Uranio del mundo) o enormes reservas de petróleo, gas y carbón explotadas actualmente en su mayoría por Rusia y China.

El problema también se puede deducir rápidamente: Las élites no comparten. Son países que deberían ser tremendamente ricos, pero donde la corrupción gubernamental y los sobornos campan a sus anchas y apenas el 20% de los beneficios llegan al Estado. De los cinco istanes solo Kirguistán ha evolucionado hacia una democracia mientras los demás se mantienen en la dictadura. Turkmenistán, por ejemplo, está al nivel de Corea del Norte en derechos civiles justo un poco por encima de Uzbekistán. El PIB de estos países depende en su mayor parte del dinero que los emigrantes a Rusia pueden enviar a sus familias. Son por lo tanto, para quien los visita, países tremendamente pobres.

Pero yo todavía no sabía nada de esto.

Ni tampoco sabía que no siempre había sido así.

La situación geográfica de Asia Central, en el corazón del continente, lo convirtió durante siglos en el punto de encuentro entre Oriente y Occidente. Las caravanas que iban y venían entre Europa y China, en ese conglomerado de caminos que fue la Ruta de la Seda, no solo transportaban mercancías sino también flujo de ideas, personas y por lo tanto cultura e información que acabó convirtiendo a las ciudades de Asia central en florecientes centros de conocimiento. Samarcanda, Bujará o Merv debieron ser los puntos eruditos más avanzados de todo el mundo. Se escribieron montones de libros (tenían un papel a base de fibras de planta de algodón mucho más económico y fácil de obtener que el papel chino a base de fibra de morera y bambú) y se discutía de ciencia y filosofía, mientras los canales regaban jardines y las calles lucían como pocos lugares podían hacerlo.

¿Qué sucedió entonces?

Muchas cosas. Primero llegaron los árabes en el siglo VIII y de la mano de Qutayba ibn Muslim declararon la yihad, la guerra Santa a todos los infieles. Fueron batallas atroces y lo que sobrevivió y no fue destruido lo devastó siglos después Gengis Kan, el conquistador mongol que creó bajo su mandato el imperio más grande de la Historia. Los Mongoles arrasaban allá por donde pasaban y Asia Central una de sus mayores víctimas quedó asolada, apenas piedra sobre piedra, pura ruina. Mucho se perdió entonces, irremediablemente y para siempre. Al mismo tiempo y mientras Europa entraba en el Renacimiento, China se aislaba del mundo. El comercio además se trasladó al mar. Asia central quedaba rezagada.

Después llegaron las conquistas destructoras de Tamerlán y por último los soviéticos bajo cuyo control los nómadas fueron obligados a pasar al sedentarismo, entregar su ganado y reagruparse en ciudades y en granjas colectivizadas donde murieron más de un millón de personas. Se cambió el alfabeto árabe por el cirílico, se prohibió el velo y se cerraron cientos de mezquitas. Aunque favorecieron la alfabetización de todo el mundo y se construyeron infraestructuras como carreteras lo cierto es que las autoridades soviéticas nunca se preocuparon de desarrollar estos países más allá de usarlos como proveedores de materias primas.

Pero yo tampoco sabía nada de esto.

Yo viajaba a Kirguistán arrastrado por un par de fotos de praderas verdes y picos nevados. Por la naturaleza salvaje, por los sietemiles en la cordillera del Pamir y en las montañas de Tien Shan, las montañas celestiales. Yo viajaba a Kirguistán con mi pequeña linterna en la oscuridad para empezar a dar forma a esta región del mundo, por ponerle un rostro o miles al vacío del mapa.

Hay algo tremendamente puro y auténtico en Kirguistán, algo aún no contaminado por el turismo masivo. En cierta manera, sospecho que así debería ser Nepal hace 30 años, cuando solo los amantes de la montaña se acercaban a descubrir sus secretos, antes de que en las rutas de montaña hubieran decenas de lodges y refugios, agua caliente, internet y electricidad. La naturaleza en Kirguistán es aún agreste e indómita y ofrece muchas oportunidades a los valientes que con ansia exploradora quieran adentrarse en sus pliegues acercándose a compartir yurta con los pastores o con tienda de campaña, comida y ganas de descubrir rincones alucinantes.

Los valles inmensos más allá de toda escala que puedan transmitir las fotos, pasar por lagos alpinos con su característico e intenso azul, oir el crujir bajo tus pies en los glaciares, lagos a 3000 metros, los caballos, decenas de caballos, los rebaños, compartir mesa, alfombra y pan con quienes regalan hospitalidad. Sentir como gracias a la escuela ya puedes comunicarte con los más pequeños en inglés ante el asombro de los mayores, ver a estos mismos niños pasar el verano con sus abuelos en el campo, aprendiendo a cabalgar, ordeñar y llevar un campamento. El calorcito de las estufas ya de noche, cuando el manto de estrellas cubre el cielo y las mantas el suelo. Los litros de té a todas horas, la ternura, risas y simpatía de una gente encantadora a pesar de las barreras del idioma.

Experiencias que atesoraré, allí donde se guardan los recuerdos que nos hacen felices, que me han hecho enamorarme de un país de sin embargo le costó dejarse querer. Yo quería encontrarme con montañas que me encogieran, con tremendos atardeceres de picos incandescentes y bla bla bla� ya sabéis, la épica, amigos. Sin embargo, en honor de la verdad las montañas me demolieron. Quizás las culpo sin motivo y no fueran sino los virus, bacterias o vaya usted a saber que, quienes me aniquilaron estómago, garganta y por poco el oído. Pocas veces he estado peor durante un viaje. Ya habrá tiempo de entrar en estas desgracias, pero había que dejar constancia antes de que el tiempo suavice los recuerdos y uno abrace solo lo bueno. Resumo: Mi primera semana las pasé putas. Afortunadamente y gracias a los antibióticos, sin consecuencias ni secuelas más allá del orgullo herido al arrastrarme a las letrinas y tener que ceder días de viaje al reposo y el descanso.

Este país, rural sin edulcorantes, sin concesiones, tiene mucho que ofrecer. Supongo que en unos años más gente lo pondrá en el mapa y los amantes de la montaña lo iremos cambiando inconsciente pero completamente. Su temporalidad turística, donde las inclemencias del tiempo hacen que sea visitable solo en Julio y Agosto (o en pleno invierto para esquiar), lo mantendrá como un país feliz y tranquilo. Las principales rutas sospecho que empezarán a estar más transitadas (yo haciendo algunas de las más conocidas he caminado muchos días solo) pero aún le quedarán muchos otros años de decenas de rutas por ser descubiertas.

Sueño con muchas de ellas, con ser capaz de adentrarme montaña adentro durante más y más días, con mi pequeña linterna a seguir iluminando esos rincones que desconocía que existían, pero ahora al menos ya seré capaz de ponerle cara al Pamir, a las montañas de Tien Shan y a quienes encantadores y con sonrisas de dientes de oro me dieron cobijo en las yurtas.

Que barbaridad de país. Que belleza.

 

Para Pablo, que me abrió las puertas del país y me cuidó cuando yo no podía hacerlo. Gracias, amigo.

Si os animáis a visitar Kirguistán y especialmente si vais a hacer treks que impliquen subir por encima de 3500 metros, no os olvidéis de viajar con seguro. Podéis comprar vuestro seguro de viaje con Intermundial a través de este enlace (o haciendo clic en el banner) y tendréis un 20% de descuento al usar el código CRONICAS10.