En la oscuridad de la noche nos rodeaban ojos. Bastaba con hacer una ráfaga con la linterna para verlos aparecer, blancos, reflectantes y sentirte en una película de miedo o de dibujos animados. Mientras, el campamento, bajo millones de estrellas permanecía impasible. La hoguera debía llamarles la atención tanto como mantenerles alejados. Los ruidos eso si, nos acompañarían toda la noche, pero para alguien como yo, de buen dormir y agotado tras el intenso día, solo me sirvieron de nana unos minutos antes de caer rendido.
Habíamos llegado a Nakuru, uno de los Parques Nacionales más importantes de Kenia. Situado alrededor del lago del mismo nombre, me lo habían descrito con anterioridad como llegar a Parque Jurásico, no porque hubiera dinosaurios obtenidos a través de muestras de ADN en la sangre de mosquitos ambarizados, si no porque la cara que se te queda al entrar es la misma que la que ponían los paleontólogos Alan Grant y Ellie Sattler cuando se adentraban en el parque por primera vez.
Los animales se extendían junto al lago y de un vistazo se podían abarcar babuinos, cebras, gacelas, búfalos, rinocerontes, jirafas y algún que otro flamenco al fondo. Todo eso a simple vista, junto a decenas de aves y pájaros que mis nulos conocimientos ornitológicos hicieron que fuera incapaz de identificar y cuyos nombres identificados por el guía han sucumbido presa de mi mala memoria. Pero daba igual, mirases donde mirases la vida animal te rodeaba.
Y podías verlo, que es la gracia. Recordaba mis primeras inmersiones de buceo, donde podías ver más animales vivos que en ningún otro ecosistema. Esto sería el equivalente a bucear en tierra. Cuando vas a recorrer un bosque si tienes suerte ves un ciervo y te vas tan contento a casa. Aquí, en Nakuru, no sabía donde mirar para abarcarlo todo.
El parque víctima también de las recientes lluvias se mostraba inundado y la mitad estaba cerrado, no había caminos para pasar por ahí. Aunque claro, es algo que nos afectaba solo a nosotros. Los animales no parecían tener mayor problema con que hubiera más agua. Tan solo podían quejarse un poco los flamencos, que preferían el agua más salada del lago y tanta lluvia la había endulzado demasiado, así que muchos habían optado por irse a otros lagos y no pudimos ver ese espectacular manto rosado que cubre el lago en sus épocas de esplendor. No se puede ganar siempre.
En cambio, el parque brillaba de lo verde y bonito que estaba. Desde los miradores se veía sus enormes dimensiones, contrastando el azul con la luminosidad de árboles y praderas. Eran los últimas horas del día, donde habíamos podido entrar tras hacer acopio de provisiones en la propia ciudad de Nakuru (toda una experiencia en si sola) y la luz nos iba abandonando mientras llegábamos a la zona de campamento, donde aún nos quedaría algo de tiempo para cruzarnos con un chacal y una familia de jirafas. Era un no parar.
El campamento se montó rápidamente, a la luz del camión y antes de que nos diéramos cuenta ya estábamos cenando al calor de la hogera, iluminados por las lámparas de queroseno y con las estrellas por techo. La excusa para abrir una cerveza y capitular el día a la vez que nos interesábamos por la complicada logística de montar un viaje así, permisos, las dificultades que tienen cada vez que tienen que cruzar la frontera con Tanzania (algo relativamente común en estos viajes que unen Kenia y Tanzania) y como en África nuestra lógica no siempre lo es. O al menos hay muchas maneras, �lógicas� según quien mire de entender el mundo.
No había amanecido cuando ya estábamos en pie para recorrer la parte Sur de Nakuru. Nunca se sabe, pero a esas horas de la mañana teníamos la posibilidad de ver algún que otro animal, más esquivo durante el resto del día. Sacrificar horas de sueño estaba plenamente justificado aunque nos volviéramos con las manos (y las cámaras) vacías. Aún así, lo que nadie podría quitarnos sería el amanecer (bueno, las nubes si podrían, pero estaban a otras cosas esa mañana).
Entonces fue cuando pudimos ver al esquivo rinoceronte negro entre la maleza. Su cuerno más afilado y la forma de su cabeza lo delataba. No quedan muchos ejemplares en el mundo, está ampliamente amenazado y verlo siempre es un reto, o quizás sería más correcto decir un regalo. Nos miró entre curioso y temeroso durante un rato antes de darse a la fuga. Momentos más tarde empezaba a despuntar el sol.
En realidad, ni el rinoceronte negro, ni el blanco (más sencillo de ver) son de esos colores, ambos son grises, aunque el negro sea ligeramente más oscuro. El problema de los nombres vino de un error de entendimiento que confundió �wide� de ancho con �white� de blanco. El rinoceronte blanco, tiene el labio y la forma de la cara mucho más cuadrada, rectangular, lo que le da ese aspecto �wide� o ancho. Los primero que lo documentaron lo malentendieron por �white� y ya creo que será demasiado tarde para cambiarlo a estas horas.
Pero a nosotros se nos acababa el tiempo en Nakuru. Era la hora de volver al campamento, recoger todo, desayunar con el sol recién amanecido y abandonar el parque para dirigirnos a uno de los puntos más icónicos e importantes de Kenia. El mítico Masai Mara.
Parte del Minubetrip por Kenia | Más info: Ratpanat | Galería completa de fotos
Geniales fotografías Ignacio. Me gustan espacialmente las de los paisajes, con el objetivo más angular.
Un saludo.
Mucha mucha mucha envidia, el paraíso para ver animales míticos! Espero poder recorrer África algún día. Llevaste un teleobjetivo potente al final?
Richard, muchas gracias!!
Machbel, pues te hice algo de caso y me compre un duplicador, así que llevaba el 70-200, que me llegaba a un 400 f.5.6 🙂 (muchas veces se queda corto, pero para eso están los megapixeles… jajajaja)
¡¡Precioso!!
Las fotos son una maravilla, pero es que ya contabas con un marco muy propicio ¡eh!
Saludos
Me parece que he sentido la llamada de África ahora mismo 😀
¡Espectacular!
Que bonita forma de narrar, las fotos son tan reales que parece que estoy ahí, que belleza ver tanto animal junto y que lejano me parece Africa, es como un sueño estar ahi.
Es un deleite leerte.
Abrazote.
Durante unos minutos hemos estado en Kenia. Sumergidos en la verdadera naturaleza, en el verdadero mundo. Muchas gracias. Espero que El Barco nos lleve algún día hacia allí.
Mono y Zé Pequeña al habla.
Joé no sé qué bicho me gusta más….todos creo!!! je je
Felicidades Ignacio.
Las fotos son preciosas, y por supuesto, el marco es impresionante. Gracias por compartirlas con todo el mundo y animar a la gente a conocer estos lugares tan extraordinarios.
Que belleza!!!
Creo que voy a «robarte» con permiso alguna fotillo para enmarcarla en grande y ponerla en la habitación del monstruo de la casa!!
Cómo siempre no pierdes ni en calidad fotográfica ni narrativa, al contrario… vas ganando!!! ^^
Hola ! he llegado a tu blog gracias a un listado de los mejores blogs de El Pais y sin duda me ha dejado sin palabras. No entiendo mucho de fotografía, solo puedo decir que me has dejado sin palabras.
Yo realizo un blog muy casero, pero con muchas ganas de fomentar el turismo de mi terra , Palencia, sería un honor enseñarte la zona y que puedas realizar un reportaje fotográfico. Saludos
http://www.turismodepalencia.wordpress.com
Sencillamente espectacular, que paisajes tan maravillosos. Gran trabajo.
He disfrutado de los hermosos paisajes y lindos comentarios de vuestra travesia por Kenia Nakuru.
He detallado la imagen de la hiena y sorpresivamente me recreo y con una mirada fija, puedo visualizar a un cocodrilo trazado por la vegetación.
Es todo lo que puedo hacer, cuando sólo puedo contemplar imágenes.
Abrazos.
Vaya comentario más bonito. Mil gracias!! 🙂