La tormenta nos estaba pasando por encima y, chorreando, lo único que podíamos asegurar es que no teníamos muy claro qué diablos estábamos haciendo. Manteníamos la posición desde nuestro mirador sobre el acantilado con el ridículo resguardo de un paraguas. Enfrente nubes, una cortina de agua y un trípode preparado por si en algún momento, por algún breve, brevísimo instante, el sol hiciera acto de presencia.

Nos habíamos encontrado con el clásico ejemplo de meteorología del país chubasco y su afamada y vertiginosa velocidad para el cambio de tiempo. Habíamos llegado hasta la zona sin esperanza alguna, pues el pronóstico había acabado con la poca que teníamos. Aún así, nos habíamos acercado porque yo, a mis años y luciendo estas canas, aún no había visto nunca con mis propios ojos el fascinante islote de San Juan de Gaztelugache.

La costa vasca y al fondo, a lo lejos el islote de San Juan de Gaztelugatxe

La preciosa playa de Bakio

Desafiando los peores augurios llegamos a la costa con un tiempo despejado y un sol tan sorprendido como nosotros que bañaba entre otros la preciosa playa de Bakio. Así que no lo tomamos con calma, pero con tiempos nada sincronizados con el clima. Para cuando llegamos al mirador para que pudiera tachar de mi lista de deseos apenas tuvimos un minuto antes de que las nubes y la oscuridad lo engulleran todo.

Pero fue un minuto glorioso.

Fue una primera visión que me encogió el corazón como solo pueden hacerlo los sitios que has visto en fotos mil veces y que te esfuerzas por recrear en tu imaginación. Una vez más, mi creación mental no estuvo a la altura de la realidad. No contempló en el apabullante rugido de las olas rompiendo contra la superficie tallada del peñón mientras un diminuto puente de piedra luchaba contra los elementos para unirlo con la tierra. El pobre puente había fracasado en su labor y en esos días, se mantenía cerrado al público por desprendimientos. Me comentan que a día hoy ha regresado del ko y ahora vuelve a soportar a quienes quieran atravesarlo para subir a lo alto de la roca donde reposa la ermita de Gaztelugache. En aquellos días ni siquiera era una opción.

¡Gaztelugatxe al fin!

Apenas hubo tiempo para más. Transcurrió el minuto. Se acabó nuestro tiempo, absolutamente insuficiente para poder disfrutar de esta obra conjunta de la naturaleza y el hombre, y el cielo dijo basta antes de empezar a caer sobre nosotros. Pero la tozudez de los elementos no contaba con la tozudez de dos idiotas. Yo como siempre me limitaba a esperar que la situación se arreglara por si sola. David, en cambio, oteaba el horizonte, miraba las capas de las nubes, escuchaba los vientos. «Esto pasará», aseguró.

Yo confíe en él.

Y así habíamos llegado a esa situación.

Esperando bajo un chaparrón de dos tormentas cruzadas. Lo cierto es que de alguna manera, a lo lejos, entre las nubes que lloraban sin pausa, se podía ver un cielo azul. Claro que para que llegara a nosotros tendrían que pasar antes las lluvias. Todas ellas. Por encima de nosotros. Aguantamos. Después de todo, David era un piel roja del país vasco. Sabía leer los elementos. Si había dicho que pasaría, seguro que lo hacía. Aunque empezaba a sospechar que cabía la posibilidad de que se refiriera a las próximas semanas, claro.

Pasada una primera tormenta… pero ¿sería suficiente para poder verlo de nuevo iluminado por el sol?

Casi dos horas después, finalmente, las lluvias empezaron a despedirse y empezó a aclarar. El clima caprichoso de Euskadi, ese niño consentido que quiere cambiar constantemente de juguetes se había cansado ya de llover y ahora quería sol. Y no habíamos esperado entumecidos para perdérnoslo.

Pero lo que no esperábamos, lo que no entraba en nuestros cálculos de ninguna manera es que mientras el sol comenzaba su segundo acto, la últimas cortina de lluvias nos dejaran un arcoíris perfecto sobre Gaztelugache.

Y así, amigos, fue como mi primera visita al islote acabo siendo húmeda y fría… pero también totalmente inolvidable.

Con esto, termino la parte vasca del Otoño 2021 y solo puedo agradecer una vez más a David De la Iglesia por su amabilidad, por su hospitalidad y por compartir conmigo algunos de los rincones más especiales de su tierra. Eternamente agradecido, David.