(Calculando que debería haber sido escrito el 4 de Noviembre de 2009, no vamos tan mal)

La luna llena del doceavo mes lunar brillaba en todo su esplendor, llamando hacia el cielo a las recién nacidas estrellas que se alejaban alegres, volando por el aire, jugando a formar constelaciones, mientras los pobres mortales nos quedábamos con los pies en tierra, desde el reino Tai, viéndolas marchar, deseosos de seguirlas.

Todo Chang Mai bullía. La ciudad era una fiesta pirotécnica. Petardos. Fuegos artificiales. Bengalas. Luces. Farolillos. Mae Khongkha, la diosa de las aguas, sonreía desde la corriente del río Mae Puig. Sí. Estaba satisfecha. Por sus aguas navegaban tranquilamente los kratongs flotantes. Cada uno traía una historia tras de sí. Desde los tiernos deseos de los enamorados que buscaban inocentes el amor eterno, hasta los que preferían depositar en ellos sus malos deseos, sus malos momentos, sus problemas, para que se los llevara la corriente.

No habría problemas de agua este año. Además, perdonaría por enésima vez la mala costumbre que los humanos tenían a la hora de contaminar sin demasiado cuidado sus cristalinas aguas. Ahora, en esas fechas, sonreía con las multitudes que se había acercado a sus orillas. Y allí, junto al cauce de sus aguas bajo la luna llena, nacían las estrellas de papel y fuego.

La gente recuperaba la mirada que tenían cuando eran niños. La que es capaz de mirar con fascinación a todo cuanto está sucediendo alrededor. ¿Que alma de piedra no se emocionaría al ver la irrealidad de la noche llena de luces flotantes? Ríos y Cielos. Durante tres días la locura se apodera de las calles.

No es sólo Chiang Mai, todo Tailandia se une a las celebraciones. Muchos incluso las consideran las festividades más bonitas del país. Una apuesta demasiada arriesgada para lo poco que conozco, aunque supongo que sólo puede ser superada por la previa liberación masiva y sincronizada de linternas voladoras que sucede algunos días antes en la cercana Mae Jo. No me culpen si no llegué a tiempo. Ni siquiera sabía que iba a poder ver este festival. Grata sorpresa.

Sirvió también para comprobar que Tailandia no se escapa de las caóticas condiciones asiáticas. Esas que a nadie parece importarle si una petardada con elementos pirotécnicos pasa cerca de una familia o un grupo de niños, o si una linterna voladora comienza a arder al quedarse atrapada en un árbol o un cable eléctrico. ¡Fiesta! Y para variar no pasa nada. Welcome to Asia.

Se sucedían los desfiles. Interminables cabalgatas engalanadas. Reyes. Reinas. Con todo lujo de detalles. Dorados. Engarzados. Trajes imposibles. ¿Son humanos o dioses?. ¿Sería eso lo que sentirían antaño los plebeyos al verlos majestuosos en sus Carrozas o a lomos de magnificentes bestias? ¿Esa reducción de tamaño hasta lo diminuto?

Pasaban las horas, y el cielo seguía lleno de luces. La gente seguía en la calle. Seguía la batalla terrenal, los cohetes, los petardos voladores, los fuegos artificiales que aparecían espontánea y aleatoriamente en las calles. Y cuando el ruido y la música lo permitía las risas de la gente. Los gritos. El buen humor. Todo el mundo era bienvenido. Todo el mundo quería lanzar su estrella al aire y verla empequeñecer hasta desaparecer.

Fue una experiencia inabarcable y por lo tanto indescriptible. ¿Habría sido acaso un sueño? Juraría que no, pero ¿cómo podría estar seguro?

Para Fujiko

Más fotos cargadas de luz, con el beneplácito de Mae Khongkha, aquí.